Apuntes de la categoría: Atisbos

Ese afán de menospreciarnos

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

A partir del sismo se propagó («viralizó», dicen) un curioso apunte («post») sobre la ejemplar conducta japonesa ante un reciente sismo. A mí me llegó unas seis veces en distintos grupos de amistades por WhatsApp. Quizás esa publicación cuente con un buen fundamento, pero la rapidez con que se difundió me hace sospechar que afecta nuestra tendencia nacional hacia el menosprecio. En efecto, los mexicanos —los latinoamericanos en general— padecemos de cierta obsesión por subestimarnos, al mismo tiempo que elevamos las cualidades supuestas o reales de otras naciones, como en este caso.

¿Que los japoneses son maestros de la calma? Recordemos que son especialistas en el cine de desastre y siempre retratan a multitudes desgañitándose mientras huyen de tsunamis, sismos y Godzilla.

¿Que no se perciben entre los japoneses, en los momentos críticos, ni malas palabras ni gestos rudos? Bueno, quizás el que los estaba viendo no sabe japonés y por tanto no entiende esas malas palabras. En cuanto a los gestos rudos, debe recordarse que resulta muy difícil apreciarlos en una cultura y una fisonomía distintas a la propia, como lo sabe cualquier psicólogo o estudioso de las culturas.

¿Que los japoneses mostraron ser extraordinarios arquitectos porque ningún edifico se cae allá? Dios, les falta revisar la historia de los sismos japoneses. Hace poco vi un documental sobre un tsunami. Se criticaba allí una construcción dedicada a salvar vidas en este tipo de fenómenos, que fue inútil y no pudo salvar ninguna, precisamente porque se derrumbó.

¿Que mostraron una gran moderación en los reportajes? Claro, eran reportajes y por tanto un producto creativo que refleja lo que desea el director. Aquí podríamos ordenar que se elaboren cientos de reportajes sobre la solidaridad cívica, apartando nuestra vista de los malos ejemplos. Quien los vea pensará que somos una nación de héroes (y quizás esa afirmación tenga mucho de verdad).

¿Que en Japón nadie se va a la calle a pedir dinero en los momentos adversos, ni siquiera cuando quiebran en sus negocios? Quizás eso sea cierto, como también puede ser cierto que allá se suicidan más en estos casos. Es un asunto de cultura y circunstancia.

En fin, los japoneses podrán tener otros rasgos culturales y mi respeto para ellos, pero aquí no están tan mal las cosas. Tenemos individuos de bajo espíritu, cierto, pero otros lo poseen muy elevado, como se demuestra en la reacción cívica frente al desastre.

Dos historias de sismos

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

Mi abuelita Micaela Munguía me contó que un terrible sismo sorprendió, mientras se bañaba, a un vecino del centro de la ciudad de Colima. Al salir desnudo a la calle alcanzó a cubrir sus “vergüenzas” con un cuadro del Sagrado Corazón que tenía a la entrada de su casa. Para disimular se le ocurrió aprovechar la circunstancia y repetir a los vecinos, casi a gritos: “adoren al Divino Rostro, adoren al Divino Rostro”. Ignorando el pobre que la tela de la imagen se había caído en algún momento y sólo sostenía el marco del cuadro frente a las asombradas familias que lo miraban.

Me contó también —quizás con un interés pedagógico, pues yo era muy rebelde para ir a misa— que cuando fue niña, cerca de su casa (por el templo de La Merced, en Colima) vivía un profesor que era un “ateo horroroso”, que no perdía oportunidad para negar la religión y señalar como ignorantes a quienes la profesaban. El día que un terrible sismo sacudió a Colima, el ateo (nunca me dijo su nombre) salió a la calle y comenzó a gritar, aterrado: “¡detente, oh madre naturaleza!, ¡detente, oh madre naturaleza!” Decía mi abuelita que la naturaleza debió escucharlo, pues de repente “cuarralás” (una expresión que usaba para describir un estruendo, a la que acompañaba de un seco golpe del dorso de su mano contra la palma de la otra), un alto muro se derrumbó, “dejándolo bien muerto”.

Quizás por esas historias siempre tengo a la mano una bata o incluso algún pantalón ligero mientras me doy un baño. Quizás por eso, también, nunca me volví ateo, así que las anécdotas cumplieron su propósito.

Saludando a Margarita

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

Creo que fue en los primeros días de 2015 cuando Margarita Zavala vino a Colima a cumplir con algunas actividades de su partido (hoy su ex partido). Una de ellas fue en el Teatro Alfonso Michel, de Casa de la Cultura de Colima. Me pareció una grosería no expresarle un poco de respeto a nombre de las instituciones de nuestro estado, así que preparé un pequeño obsequio con algunas publicaciones literarias y audiovisuales de las series a cargo de la Secretaria de Cultura y fui a saludarla. Logré alcanzarla al salir y le di el pequeño obsequio a nombre de la institución. Ella me dio las gracias y se dio unos momentos para preguntarme, con mucha cortesía, acerca de las publicaciones y su significado. También me felicitó por el obsequio masivo de libros, del que tenía conocimiento. Mujer fina en el trato y dueña de un estilo político agradable. La acompañaban algunos destacados militantes del Partido Acción Nacional, que también me saludaron con amabilidad. Uno de ellos, al final, me dijo que había tenido un bello detalle con la señora, que ninguno de ellos había esperado. Le dije que me parecía adecuado expresarle respeto, pues a final de cuentas había sido la titular del Sistema DIF durante años y que en esa calidad generó algunos importantes programas para nuestra entidad. Frente a un extitular o una extitular de una institución tan importante, lo menos que podía expresarse era respeto. Lo sigo pensando así. Por eso me parecieron tan desagradables expresiones como las de Ernesto Ruffo Appel, comparando a Margarita con alguna excrecencia corporal. A una mujer se le debe tratar con un mínimo de caballerosidad y respeto. Ni siquiera la pasión política, tan llena de invectivas, puede hacer olvidar ese principio esencial de la buena crianza. Es cierto, si las mujeres aspiran al poder deben saber que habrá debate y critica, pero creo que tales retos no deben superar jamás la frontera de la elegancia y el respeto. Eso no es una simple pose: es o debe ser algo profundo. La misoginia, no lo olvidemos, es una expresión de la barbarie. Esa convicción no implica que simpatice con Margarita y pueda sentirme tentado a votar por ella. Eso es otra cosa y punto. Pero, siempre que la vea me acercaré a saludarla y si tengo por allí un libro a la mano se lo obsequiaré y le expresaré de nuevo mi respeto. De eso que nadie tenga duda.

Sembrando vientos

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

Predomina el odio. Nos acostumbramos a él desde hace tanto que ya lo sentimos como algo cotidiano. Lo vomitamos hacia los demás para aliviarnos de todas nuestras frustraciones. Odiamos a políticos y funcionarios, a empresarios y sindicalizados, al que propone y al que piensa, al que aspira a ser algo y, en general, a todo el que se atreve a sacar la cabeza. Algunos periodistas apuestan por el odio para vender favores o impunidad, algunos dirigentes de partido alientan el odio para obtener promoción, algunos candidatos promueven el odio para ganar votos y un montón de opinadores de face y twitter ventila su odio personal por las redes sociales, con su propio nombre o con seudónimo, tan sólo por el gusto de vengarse de algo que piensa que le hicieron. No debería extrañarnos que ese odio se solidifique y se propague. No debería asustarnos la violencia y la muerte. Hemos sembrado vientos y estamos cosechando tempestades. Sigamos así y pronto no habrá lugar tranquilo donde sentarnos. ‬No lo olvidemos: la violencia verbal abre el camino a la violencia de verdad, la que deja regueros de sangre por las calles.

El ser lacerado

Fecha: 1 de diciembre de 2017 Categoría: Atisbos Comentarios: 0

Hace algunos siglos los suplicios de los desdichados (culpables o no, pero acusados de un crimen capital) eran públicos. La ocasión se volvía una fiesta popular. La población acudía en tropel a solazarse y ruborizarse (con cierta hipocresía) con el dolor del cuerpo cercenado, decapitado, colgado o crucificado. Se instalaban, incluso, puestos de comida. No se habían inventado las palomitas de maíz, pero habrían quedado perfectas en esos momentos. No olvidemos que el martirio de Jesús fue un espectáculo público, pero fue también uno entre miles. Los suplicios eran todavía más atractivos si el desdichado era una figura de la nobleza o una dama de elevada cuna, como ocurrió con las sabrosas ejecuciones ordenadas por Enrique VIII y atestiguadas —con extraño placer— por el mismo Tomás Moro, tan imaginativo con las comunidades de elevados ideales. En el caso de las mujeres, es fácil imaginar que el morbo popular por su ejecución se acompañaba de algunas lascivas miradas hacia esos cuerpos delicados que el hombre común jamás disfrutaría por la distancia social. Su ejecución era una forma de venganza social y brindaban un retorcido placer. Algunos supondrían, con benevolencia magisterial, que la presencia social era deseable pues las ejecuciones cumplían una función de advertencia, para que la comunidad cuidara no transgredir los límites fijados por la ley y el poder. Pero no estoy convencido. Creo, con más realismo, que los seres humanos somos una especie morbosa y nuestros parientes más cercanos parecen compartir esa característica. Una vez vi un documental de un rinoceronte atrapado en el barro. Por mayores que eran sus esfuerzos no podía liberarse y se debilitaba con las horas, lanzando sonidos de impotencia y desesperación. En ese momento llegaron unos changuitos. Se instalaron cómodos en un árbol cercano y se dedicaron a observar curiosamente los esfuerzos del infortunado animal hasta que sucumbió, si bien parecieron aburrirse mucho antes. Foucault, al contrastar los suplicios del ayer con las prisiones de hoy, dijo que había desaparecido el espectáculo punitivo. “El ceremonial de la pena tiende a entrar en la sombra, para no ser ya más que un acto de procedimiento o de administración”. Añadió que “en unas cuantas décadas, ha desaparecido el cuerpo supliciado, descuartizado, amputado, marcado simbólicamente en el rostro o en el hombro, expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo. Ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la represión penal” (Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. 1976, Siglo XXI Editores) Es cierto, quizás, pero no desapareció el morbo que animó las ejecuciones públicas. El ser humano sigue como un animal morboso. Ahora exponemos con deleite las imágenes íntimas que brotaron de un celular perdido o de un correo intervenido. Atisbos a una pasión discreta, que se escaparon de la recámara o la habitación del hotel. El cuerpo sigue supliciado por el escarnio, expuesto a la gozosa desaprobación, ofrecido en espectáculo para los ebrios del desprestigio. Nos solazamos con el cuerpo expuesto y lo sometemos a nuestra versión del vandalismo, con toda la capacidad de destrucción de nuestra burla. Y si no existen imágenes surge el rumor que se da por bien servido. Basta que se diga algo terrible de alguien para que eso sea cierto y merezca nuestra desaprobación. Si el personaje es público o se trata de una mujer inalcanzable tanto peor (o tanto mejor, depende del mirador elegido): es la oportunidad de gozar con su desfiguro, de lacerarle con todo el odio que nace de nuestra envidia, de arruinarle, de hacerle caer y devolverle a la nada, es decir, a nuestro nivel.