Apuntes de la categoría: Casa de Empeños

Beber del cielo

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Ayer fui al jardín. La tarde llena de magia. Los niños se columpiaban levantando sus cabezas al cielo y abriendo sus labios para recibir la lluvia. Fui a un columpio y los imité. Recordé que hacía lo mismo en el Jardín de San Francisco, aquellas tardes de lluvia cuando tenía esa edad. Los niños me miraron con regocijo: un hombre que desafía a los años y se deja columpiar mientras bebe del cielo. Por unos instantes volví a empaparme. Volví a ser.

Esquilín tipográfico

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Leo algo de la Paideia y un esquilín negro (así les decimos en Colima a unas hormigas pigmeas) deambula por mi página. Dos veces soplé para ahuyentarlo y retornó obsesivo, distrayendo mi mirada de las líneas de Jaeger. Inadmisible aplastarlo con la punta de mi dedo: crecí con los esquilines, como todo buen colimense y respeto en lo posible sus atareadas vidas. Me resigné a dejarlo por allí, sin más trámite, pero en algún momento, mirándolo sin prisa, descubrí que no es esquilín: es una letra que perdió su lugar entre los miles de palabras. Ya tengo un rato esperando a que se decida, se forme en el hueco que le espera y se tranquilice por fin, para dejarse leer sin sobresaltos. Grecia puede esperar a que el esquilín tipográfico llegue al sitio que reclama. ‬

Ayer

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Ayer intenté releer La muerte de Danton de Büchner, pero el día fue tan ajetreado que me fue imposible. Se diluyó en un ir y venir por apremios laborales y otros pendientes. Intenté al menos, al llegar a mi habitación, disfrutar alguna película alusiva: el Danton de Wajda, La noche de Varennes o algo así, que por fortuna tengo a la mano. Imposible. Al llegar cometí el error de encender la pantalla y quedar embobado con un documental que apareció por allí. Desperté al amanecer sin recordar el momento en que cerré los ojos. En fin, no pude celebrar como se debe el 14 de julio. Que me perdonen los clásicos. El día de ayer no fue vivido a plenitud, pero ya vendrán otros 14 de julio.

El joven que aprendió a decir

Fecha: 8 de agosto de 2016 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Quizás ustedes no lo sepan, pero poseo extrañas cualidades deportivas. Un ejemplo es el voleibol, donde hice época durante mis años de estudio en la Secundaria Enrique Corona Morfin. No sé la razón, pero nunca lograba que la pelota llegara a donde debía llegar. Lo peor eran los «saques». La pelota volaba con mis golpes hacia lugares insospechados, incluso hacia atrás, pero nunca hacia el territorio de los adversarios. Por supuesto, tampoco lograba que las pelotas superaran la red y siempre fue un misterio para mí ese extraño salto para bloquear a los adversarios. En basquetbol pocas veces lograba «encestar» y a cada rato cometía infracción o «viola» por la falta de sincronía entre mis pasos y los rebotes. Me gustaba mucho el frontenis, pero nunca alcancé un nivel sólido y cuando alguna vez participé en una competencia no pasé de la primera ronda. En fútbol sucedían historias parecidas y ahora recuerdo que siempre era el ultimo que elegían para formar un equipo. Aún hoy, me es imposible disfrutar un partido de fut y por más que lo intento me duermo antes del medio tiempo. Claro, si alguien me pregunta algún resultado deportivo saldrá desilusionando. Nunca sé qué equipos juegan y no es raro que piense que alguna competencia sin importancia es el mundial. Por fortuna, en alguna época conocí el fútbol americano. No logré allí las posiciones de habilidad, pero en las de fortaleza más o menos me defendía y por lo menos pude presumir de pasar por algun deporte. Digo que poseo extrañas cualidades deportivas pues quizás las mías no encajan en ninguna disciplina conocida: habrá que esperar a que el deporte en el que seré imbatible se invente algún día. Con el tiempo me di cuenta que lo anhelaba del deporte era ser reconocido, aceptado, integrado. Alguna vez leí una declaración de un integrante del famoso grupo The Eagles: «El joven que toma un instrumento es un joven que quiere encajar en algún lado». Cierto, lo mismo podría decirse de los que intentan algún deporte en esos años. No es por la salud: eso lo hacen los maduros que salen a caminar o pasear en bicicleta. Los jóvenes lo hacen por pertenecer y yo quería estar en algún lado de la tribu. No lograba hacerlo en los deportes, así que lo intenté en la música, pero allí me fue un poco peor: a pesar de que fui a clases de guitarra en el IUBA no llegaba más allá del círculo de sol y las clases de flauta de la secundaria eran, debo confesarlo, casi una tortura para mí. Una vez vi un certamen de declamación y tampoco me llamó la atención, hasta que me llevaron a ver uno de oratoria. Allí se trataba de decir las cosas con brío y con ideas, sin ademanes delicados. Le pedí apoyo a mi amigo Carlos Enrique Tene Pérez, que ya había ganado algún certamen de oratoria en esos años (hoy es un prestigiado médico e investigador) y me llevó con su maestro, Salvador Vaca Pulido, quien me animó a prepararme para competir (Fue el primero de muchos maestros que tuve a lo largo de los años en oratoria: Valentin Arreola, Miguel Chávez Michel, Alejandro Álvarez y, por supuesto, José Muñoz Cota. No cabe duda que el maestro llega cuando el discípulo está listo). Cuando por fin llegó el día del certamen en la secundaria fue algo sublime. Me di cuenta que podía hablar improvisando y que cualquier accidente del momento podía aprovecharlo para beneficio del mensaje. Supe también que mi voz, tan resonante, fue hecha con un propósito. Lo más importante: al hablar en público sentía que hacía aquello para lo que había nacido. Una bella frase de la película Carros de Fuego puede ser aplicada aquí. Uno de los protagonistas, un veloz corredor que también es un apasionado misionero, confiesa que al correr siente que Dios se regocija. Eso mismo sentía -siento todavía- cuando hablo en público, cuando digo un mensaje inteligente, cuando logro motivar en algo a quienes me escuchan. Lo que no pude hacer en deportes o en cualquier otra cosa lo hice en el estrado. Creo que mi vocación política viene de allí, de esa necesidad de hablar para influir en algo para bien. Escribir me agrada, claro, pero solo cuando hablo en público, cuando estoy de lleno en la oratoria, siento que Dios está feliz conmigo. Bien lo dijo alguna vez Ulises: «los dioses nos dan distintos juguetes para divertirnos en la vida». A unos los hacen veloces, a otros magníficos con la pelota, a otros duchos con los instrumentos, otros son hábiles en los negocios. A mí me dijeron: «habla». Y eso sigo haciendo, hablando en voz alta.

Mirando mi yo

Fecha: 29 de abril de 2016 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Tengo al lado del espejo, en mi habitación, una foto que conservo que me tomaron a los 18 o 19 años (cuando fui dirigente juvenil del partido en que milito). No es por vanidad, pues en todo caso el efecto sería adverso: allí tengo mucho pelo, ninguna arruga, una mirada limpia y muchas ilusiones en el alma. Tampoco la tengo para torturarme y ni siquiera para sentir el paso del tiempo. La tengo para no perder la vergüenza. Me explico: en aquellos años mis convicciones eran fuertes y por fortuna las conservo. No quiero perderlas. Muchos amigos de entonces compartían conmigo ideales e ilusiones y después se volvieron seres tóxicos y oscuros. Otros se hicieron flojos y se dejaron vencer: hoy se la pasan hablando mal de todo o elogiando a alguien hasta el punto del absurdo. Algunos más se extraviaron en algún recodo y no pudieron regresar. Otros, como yo, seguimos luchando y viviendo en la aventura (como D’Artagnan veinte años después). En mi caso, quiero seguir con mi imagen del ayer muy a la mano, para que ese yo joven nunca se avergüence del yo de este día y puedan seguir (ambos) mirándose a los ojos. Sé que no todo lo que ahora soy será del agrado de mi yo joven. Juzgará, así lo creo, que me faltó un poco más de audacia y otro tanto de carácter en uno que otro asunto. Intuyo que desaprobará algunas decisiones y ciertas indecisiones. Quizás también, en algunas opiniones, ya no podrá coincidir conmigo. Pero, estoy seguro de algo vital: no le traicioné en los temas importantes. También creo que podrá sentirse satisfecho, pues su yo de 47 (casi 48) años, no perdió lo esencial con los cambios de Fortuna y conserva íntegro el entusiasmo, día con día, para luchar por sus anhelos sin renunciar a lo que soy y sin lastimar a lo que fui. Por eso me atrevo a una sentencia: que sean otros los que se avergüencen frente a su imagen del ayer. Yo la tengo frente a mí, todos los días, para nunca traicionarla.