Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

El día del test proyectivo…

Fecha: 14 de junio de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
El otro día decidí someterme a un test proyectivo. El examinador me pidió que hiciera el dibujo de una figura humana. Recordé entonces un apunte de Ortega y Gasset sobre el placer de brincar para alcanzar la más alta de las ramas de un árbol, gesto de los adolescentes experimentando su elástica potencia. Entonces dibujé a un joven en pleno resorteo de sus músculos, como si quisiera tocar el cielo. Pero, por alguna razón la imagen no reflejaba dinamismo, sino un movimiento contenido, como si el instante del salto se hubiera congelado y el universo mismo hubiera quedado suspendido. El muchacho de la imagen me miraba aterrado, como si sus ojos me exigieran a gritos que siguiera dibujando hasta completar el brinco audaz y volver al suelo. Anoté entonces al margen: “allí quedará hasta que yo diga, pues su placer es el del instante que sucede pero no pasa”.
 
El examinador me sacó de mi ensueño y pidió entonces que dibujara algún paisaje. Se me ocurrió trazar una casa en el campo, con un río caudaloso al costado y una nube cruzando el cielo. Por algún motivo, sin embargo, la casa resultaba tétrica y por la ventana asomaba una figura antropomorfa. El río que corría por allí parecía turgente y furioso, pero a la vez petrificado, como si su marcha feroz hubiera sido detenida por una helada repentina e inmediata, como aquellas que se dice llegaron en ciertas zonas de la última glaciación. Hasta se veía un salto de agua vuelto escultura líquida. “Una ráfaga acuosa que fluye inmóvil”, quise anotar a un lado, pero pensé que era demasiado. Lo peor era la nube. Parecía todo menos algo gaseoso. Se diría que era una masa de piedras blancas recortando el cielo y a punto de precipitarse con estruendo. Era más un asteroide amenazante que una nube perdida. Dibujé entonces un globo de texto, como si fuera una historieta, apuntando a la figura antropomorfa. El texto decía así: “rompe el dibujo para que el río siga fluyendo y la nube se disperse sin caída”.
 
Para cerrar, el examinador me pidió que dibujara un reloj (analógico, claro, no uno digital). Pensé entonces que los teléfonos celulares se habían vuelto aburridos con sus propias indicaciones de la hora. Dibujé entonces un celular con un reloj analógico por la parte trasera, como si fuera un reloj de pulsera. Lo particular era que las manecillas terminaban en garfios y cada que recorrían las horas rasgaban los números hasta despedazarlos. Las boronas numéricas caían por el celular hasta el suelo, donde hormigas metódicas las recogían, las llevaban a su agujero, las amasaban con su saliva y creaban nuevos números que se integraban de nuevo al celular como en cadena automática.
 
El examinador me indicó que era suficiente. Revisó con cuidado mis dibujos, consultando unos manuales y mirando furtivamente hacia donde yo esperaba. En algún momento le pregunté cuál era su diagnóstico. Encogió los hombros, se secó la frente con su pañuelo y comenzó a murmurar algo ininteligible. Me levanté y me acerqué a él. Eso pareció sobresaltarlo. Se levantó y me pidió que guardara la distancia. Eso me extrañó un poco. Hasta pensé que necesita un poco de ayuda. Me acerqué un poco más a él y pareció asustarse mucho. Dio la vuelta a su escritorio por otro lado y salió de la habitación con cierta angustia. Pasando un momento me asomé por la ventana y lo vi arrancando su vehículo y escapando a toda prisa.
 
Me imagino que después me dirá el resultado. Mientras tanto buscaré dibujar otra cosa.

Un momento feliz mirando una película de espías…

Fecha: 9 de junio de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
En algunos felices momentos una gran obra literaria, con un excelente personaje, se traslada con buena calidad al cine y se expresa con un magnífico actor.
 
Es el caso de la novela Tinker, Tailor, Soldier, Spy (1974), de John le Carré, conocida en español como El Topo. El personaje es George Smiley, un analista y oficial del servicio de inteligencia inglés, el famoso MI6, al que aquí se llama «El Circus». Es un personaje recurrente en las obras de le Carré, un oficial discreto, eficiente, solitario y triste, cuyo único gran fracaso en su vida es su matrimonio con una mujer afectada por los deslices y la infidelidad. La pelicula es de 2011 y el actor que encarna a Smiley es Gary Oldman.
 
Pues bien, todo esto sirve para introducir el verdadero comentario de este apunte. Es una escena que ocurre, aproximadamente, entre la primera hora con once minutos de la cinta y la hora con 18 minutos. Apenas siete minutos portentosos que se desenvuelven casi en un monólogo sorprendente. Es una escena que escapa del cine y se vuelve casi un fragmento del mejor teatro de todas las épocas.
 
En la escena, Gary Oldman/George Smiley le cuenta, ebrio y cansado, a otro funcionario del servicio de espionaje, Peter Guillam (intepretado por Benedict Cumberbatch) su encuentro casual con un agente soviético que se convertiría, al paso de los años, en el líder del espionaje ruso, un misterioso personaje al que llaman «Karla».
 
Oldman/Smiley relata que entrevistó a «karla» en medio de una circunstancia atroz para el espionaje soviético: una de sus famosas «purgas». El agente viajaba de vuelta a Moscú y estaban seguros que sería ejecutado. Oldman/Smiley intentaba convencerlo, en una escala de su viaje a Moscú, de que desertara y se pasara al bando occidental. Para ello habló y habló, revelando mucho de su propia personalidad, lo cual sería un error terrible. El agente soviético miraba y escuchaba con atención. Oldman/Smiley revive paso a paso ese momento crucial, mirando al vacío, recordando cada una de sus palabras, repitiendo sus gestos y paladeando sus terribles errores en esa entrevista, que acabaría por darle al duro espía soviético demasiada información sobre sí mismo.
 
Ver esa escena es algo mágico. Oldman parece despersonalizarse totalmente y situarse como un agente avejentado recordando un momento dramático de su vida: un encuentro con el que sería el peor antagonista del espionaje inglés. El actor se vuelve su personaje, un personaje que se traslada al pasado y revive su propia historia frente a su interlocutor, pero también frente a los espectadores, en un delicioso juego de espejos.
 
El problema de estas escenas dignas de memoria es que requieren, además, de otro ingrediente: un espectador que goce de los grandes momentos del cine y la literatura.
 
En este caso yo fui el afortunado, pero estoy seguro que no seré el único, Esta es una historia, entonces, que sólo se cumple cuando alguien más la saborea.

El dilema del gato

Fecha: 28 de mayo de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Entre la libertad y la seguridad toman distancia los modelos políticos. No es una dicotomía menor: algunas naciones se muestran orgullosas de ser un poco más libres (más democráticas y republicanas, por ejemplo), mientras que otras se burlan de esa aparente libertad, respondiendo que es preferible satisfacer la seguridad social y económica de sus habitantes (mayor igualdad, aunque se acompañe de menos derechos políticos). Entre ambos extremos aparecen muchas soluciones a medias.
 
Ese curioso dilema geopolítico, con mucho sabor a la crisis de los hemisferios, se manifiesta nítido en el caso de mi gato, el famoso Sinatra. Con ese nombre es fácil suponer que es un gato blanco, esbelto y de ojos azules. Es además un gato afortunado: vive cómodo en mi casa, bien alimentado y mimado por mis hijas, a cuyos apapachos es adicto. Aun así, de vez en cuando se asoma a la ventana y expresa de muchas formas su ansiedad por integrarse con los gatos del barrio y compartir sus aventuras. Son toda una pandilla, como la del mismísimo Don Gato. Mis hijas también los alimentan y a veces se reúne un coro de maullidos a la puerta de mi casa, a la espera del gesto nocturno de sus benefactoras: por lo general un plato con alimento granulado y otro con agua. Los gatos del vecindario también son mimados por Mayo, mi simpática vecina, que además les procura el alimento más sabroso que puede conseguirles, desde carne hasta mariscos. Nada mal para unos gatos arrabaleros.
 
Entre los gatos parroquianos hay uno de mirada cadavérica, modales huraños, ritmo lento y pelaje sarnoso, que ya fue bautizado por mis hijas como “El Zombie”. Intentaré una foto en estos días para que comprueben la veracidad del apodo. Le queda como anillo al dedo o, mejor dicho, como listón a la cola. Otros integrantes de la pandilla aún no tienen nombre oficial. Entre ellos tenemos a un gato negro y un gatito de igual color, que por el parecido imagino son padre e hijo o mínimo parientes. También llega otro, muy elegante, de color gris oscuro y uno más moteado de blanco y negro. En fin, toda una colección de timbres y tonalidades felinas.
 
Esos gatos sobreviven como pueden al día. Si bien ya están “engridos” en mi casa o en la de mi vecina Mayo, viven en general una vida azarosa, llena de peligros, que pasa por libertad. Deben mirar con envidia al fifí de ojos azules que mira ansioso desde la ventana. En cambio, Sinatra, si bien no disfruta de la libertad de salirse de casa (mis hijas aún no lo permiten, por temor a que no regrese), vive una vida digna de un marajá hindú. Quizás un día pruebe la libertad y le resulte fascinante. Entonces no regresará. Pero quizás advierta que la dichosa libertad es un puro sobrevivir a como llegue el día y entonces volverá de inmediato, si es que puede (pues toda libertad entraña peligros).
 
Me imagino que la disyuntiva del Sinatra es la de todos: algunos se proclaman como amantes de la libertad y la exaltan con todos los recursos de su elocuencia. Quizás lo hacen porque viven con la panza llena y el corazón contento, pero no dudo que quienes sobreviven con esfuerzo estén dispuestos a perder su libertad por comer bien y satisfacer sus necesidades primordiales. Este dilema, en fin, no es sólo de mi gato. Quizás sea el de quienes deambulamos por el mundo: después de cenar nos asomamos por la ventana y lanzamos un maullido nostálgico, anhelando un poco de aventura.

Al día…

Fecha: 25 de mayo de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

No debería preocuparme por el día que vendrá en unas horas, pues fue dicho que a cada día le bastan sus propios problemas y que el día de mañana se cuidará de sí mismo. Mi madre me lo dice de forma más directa: al día lo que es del día. Es una filosofía poderosa, pues nos obliga a concentrarnos en lo que es la vida: el hoy, el momento por el que estamos pasando, alejando a nuestra mente de lo que ya hicimos y de lo que podremos hacer. El problema es que parecemos concentrados en otros momentos, menos en el ahora. Es un ruido mental, un ronroneo que nos ensordece y nos impide gozar el momento exacto del acontecer. Los animales no sufren así: viven el instante. A nosotros, por el contrario, se nos concedió el don de mirar hacia atrás para recuperar las experiencias y de anticiparnos a lo que pueda venir para enfrentarlo. Esa ventaja evolutiva de nuestra mente se volvió una trampa y ahora parecemos vivir sin tregua, hinchando nuestra cabeza con lo pasado y lo futuro, mientras nos desligamos de la vida cotidiana y sus momentos sublimes. Pues bien, ya dije lo que tenía que decir y ahora ya es pasado, así que me olvidaré de esto para vivir un poco. Salud.

Cubitos de hielo…

Fecha: 17 de mayo de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Mi hija estaba por arrojar un par de hielos a su bebida. Le dije que se derramaría. No me hizo caso. Quedó manchado el mantel. Le dije que se acordara de Arquímedes. Me dijo que lo conocía y añadió: “es el que salió desnudo gritando ¡Eureka!”. Cierto, pero tan festiva manifestación deja de lado lo más importante: dedujo un experimento para calcular la densidad de un objeto y su materia constitutiva al ser sumergido en agua. Otra de mis hijas, la más pequeña, afirmó que eso lo descubrió en la tina mientras se bañaba. Le dije que eso dice la tradición, pero no estamos seguros. Con Arquímedes hay más leyendas que certezas. La hija pequeña añadió que hubiera sido más fácil resolverlo todo con un vaso y unos cubitos de hielo. Le respondí que sí, pero que en Siracusa no se usaban los cubitos de hielo. No se habían inventado. Añadí, incluso, que en ninguna parte de Grecia o Europa se usaron los mentados cubitos, quizás ni siquiera en la actualidad. Es que eso del hielo en la bebida es algo muy americano: los usamos a lo largo y ancho del continente, sin importar si el clima es frío o cálido. En los países europeos son menos comunes que por este lado del mundo. Ignoro lo que sucede en otros continentes: nunca me dio por andar indagando en internet sobre los cubitos de hielo africanos, oceánicos o asiáticos. Ya lo investigaré algún día. Bien pensado son algo extraño: una figura cilíndrica, por lo general con orificios en el centro. Además, no deben ser muy saludables. Dudo que todos los cubos de hielo se preparen con la higiene recomendable y con agua libre de bacterias. Ya surgieron los cubitos eternos, de acero inoxidable, que al parecer enfrían mejor sin arruinar el sabor del líquido a ingerir. Puede ser, pero siento extraño arrojar metal a lo que estoy bebiendo. Los colimenses, antes de la refrigeración eléctrica, desconocían el hielo. Lo veían a lo lejos, en el volcán Nevado, pero pocos lo tocaron de cerca. Alguna vez leí una crónica de que en cierta época se traía hielo del Nevado para venderlo en la ciudad, pero no funcionó muy bien el negocio. Los colimenses decían que ese hielo daba neumonías. Quizás no era el hielo, sino la imprevisión de tomarlo con el cuerpo caliente, en esos horarios calcinantes de nuestra ciudad. Debió ser muy extraño ver trozos de hielo por esa época. Es algo similar a lo que narra García Márquez en Cien años de soledad, cuando los gitanos trajeron el hielo y el niño que después sería el coronel Aureliano Buendía fue a conocerlo. La fabricación de hielo también pasó al cine. Por ejemplo, en The Big Boss (el gran jefe), con Bruce Lee, el protagonista trabaja en una fábrica de hielo que encubre el contrabando de heroína. También aparece la fabricación de hielo en aquella película inspirada en las obsesiones; Fitzcarraldo, de Herzog, donde el protagonista (interpretado por Klaus Kinski) proyecta osadías tales como instalar un teatro de ópera y una fábrica de hielo en la selva del Amazonas. En fin, luego les sigo platicando. Iré por hielo para mi bebida, antes de que se caliente mi garganta. Al cabo ya se me quitó la tos.