Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

Cuestión de gustos

Fecha: 26 de marzo de 2021 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

― ¿Qué te gusta de mí? ―Le dije un día.

Me respondió de todo y de nada.

―Me gusta tu voz, cómo me tratas, tus caricias, tus palabras en mi oído, tu ritmo al caminar conmigo, los poemas que me lees, tus silencios al mirarme y los libros que me explicas…

 

Me di cuenta de que no gustaba de mí nada de lo que el espejo devuelve.

 

Si a esas vamos yo podría ser un hombrecillo verde del espacio, un pigmeo, un esquimal o un nativo de Borneo.

 

Seguiría conmigo (así lo entiendo) si conservo la voz, si insisto en el buen trato, si se mantienen mis palabras en su oído, si no pierdo el ritmo al caminar con ella, si tengo más poemas por leerle, si sostengo los silencios al mirarla y si conservo aquellos libros que le expliqué algún día.

 

En fin, me vea como me vea seguiría gustando de mí de alguna forma.

 

De saberlo habría renunciado a mi cuidadosa labranza de un físico envidiable (en horas de gimnástica pujanza), a un rostro curtido en cremosos afeites (y una que otra intervención plástica), así como a mi sedosa piel apaciguada por aceites aromáticos (sin olvidar alguno que otro brioso amasamiento)

 

De saberlo antes, debo confesarlo, capaz que ni me baño.

 

He dicho.

El hombre invisible

Fecha: 4 de marzo de 2021 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Me puse a caminar por el jardín cercano intentando hacer un poco de ejercicio. La noche se sentía cálida y solitaria. Al iniciar vi unas cuantas personas, pero se retiraron muy pronto y quedé con el jardín para mí. Caminé un poco más. Puse música con mi teléfono y acomodé los audífonos. Escuché algo suave y seguí caminando. Algunas melodías llegaron con fuerza, invitándome a sentir el ritmo. Quise bailar un poco. Miré hacia todos lados. Nada. Un jardín solitario que me invitaba a explayarme. Ni siquiera pasaban vehículos por las calles adyacentes. Por unos instantes gocé de la sensación de invisibilidad, de perderme entre el paisaje de la noche. Me animé a caminar siguiendo el ritmo de California Dreamin, luego de Scare Easy y Stayin’Alive (perdón, pero mis gustos no son muy actuales). Cuando llegué a Bitter Sweet Symphony de plano dejé de caminar y me puse a bailar solo, con soltura y suavidad. Miré una vez más alrededor y no percibí a nadie, así que me puse a brincotear por todos lados. Casi un Fred Astaire deambulando por entre bancas y postes de luz.
 
Al día siguiente una amiga me dijo: «Rubén, te vi bailando en el jardín, muy animado. Te veías muy contento». Dios. Le dije que no era yo. Que tengo un vecino que se me parece mucho. Que yo poco camino y casi nunca bailo. Corrí a esconderme deseando ser invisible en verdad. Nada. No volveré a caminar en solitario nunca más. La sensación de invisibilidad es peligrosa.

Sillas en desuso

Fecha: 11 de febrero de 2021 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Andaba malhumorado cuando llegué a un viejo auditorio donde se amontonaban algunas sillas en desuso. Se me ocurrió separar una y colocarla en medio del foro. Me pareció una metáfora de la soledad. Luego puse dos, una frente a otra. Era una clara expresión del diálogo. A esas mismas dos las coloqué en oposición, cada una mirando a otro lado y me fue posible imaginar a una pareja distanciada. Luego tomé tres, cuatro, cinco y muchas más para construir figuras con ellas. Dependiendo del acomodo, algunas de las combinaciones resultantes me daban la impresión de un enconado debate, un encuentro amoroso, un desencuentro amargo, una discusión sin sentido, una turbamulta, una aglomeración caótica, en fin. Cada instalación asemejaba una emoción humana, una conducta, una expresión de nuestros encuentros y desencuentros sociales. Nada raro, pues las sillas son una prolongación de nuestra humanidad y fueron hechas para portar al ser humano, para dar cabida a lo que se sucede cuando alguien se sienta en ellas. Estaba en eso, abstraído, cuando llegó al lugar un artista plástico muy dado a lo conceptual. Miró mis grotescas combinaciones y me dijo que todo le resultaba inspirador, que yo tenía una gran sensibilidad creativa. Le dije que no estuviera fregando y me fui de allí a jugar con mis piezas mentales a otra parte. Mejor acomodaré piedras donde nadie me vea.

Fingirse loco

Fecha: 23 de julio de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Gran serie Godfather of Harlem (2019), con las actuaciones de primera línea de Forest Whitaker, Vincent D´Onofrio, Luis Guzmán, Chazz Palminteri y el histórico Paul Sorvino. De alguna forma es una serie heredera del subgénero «blaxpoitation», que se distinguió por la acción y el thriller de bajo presupuesto, destinado al público afroamericano. Incluso existió una película de los años 70 llamada, también, El Padrino de Harlem, con una historia similar e inspirada en el mismo personaje: el mafioso Bumpy Johnson, vinculado a figuras legendarias de la mafia noeyorquina, como el mismo Lucky Luciano y el «diplomático» Frank Costelo.
 
Por la serie desfilan figuras de la época, como el famoso orador, ministro religioso (de la llamada «Nación del Islam») y activista, conocido como Malcolm X. También aparecen por allí Cassius Clay (Muhammad Alí), el famoso delator de la mafia Joe Valachi (el que dio a conocer al mundo el término «Cosa Nostra») y muchos más, entre ellos un personaje fascinante: Vincent “Chin” Gigante.
 
Podríamos hablar horas de este periodo, pero me interesa en especial referirme a este personaje histórico, Gigante, que tiene un papel esencial en la serie.
 
Vincent Gigante, conocido por su apodo «Chin» (barbilla o mentón), fue un famoso mafioso que ascendió hasta los escalones más altos de las familias criminales neoyorquinas, con una influencia que se prolongó por décadas (fue líder de la “familia” Genovese hasta el 2005).
 
Este mafioso eludió durante años la acción de la justicia con una inusual estrategia: fingía estar loco, con ciertas características que imitaban a la esquizofrenia. Lo hizo tan bien que hasta el FBI pensaba que era mentalmente incapaz para ser juzgado. Incluso tenía valoraciones psiquiátricas (amañadas, sin duda) de tales dolencias y hasta de una disminución dramática de su capacidad intelectual, la que se ubicaba por debajo de lo normal.
 
Todo eso era falso, claro, pues en realidad era un tipo despiadado, de aguda inteligencia y sin límites morales.
 
Gigante se ponía a pasear durante el día por las calles aledañas a su casa en una sucia bata, con pantuflas y con una apariencia totalmente descuidada. Babeaba, hablaba incoherencias y actuaba como un perturbado todo el tiempo. Cuando llegaba a su casa, siempre de la mano de algún colaborador, se ponía a organizar y controlar su imperio ilegal. Parte de ese imperio se sustentaba en el juego, la extorsión y la venta de drogas.
 
La serie explora una etapa de la vida de Gigante cuando controlaba operaciones criminales en Harlem y entra en conflicto con el protagonista, el mafioso afroamericano Bumpy Johnson.
 
Décadas después de su farsa de locura, Gigante fue por fin capturado y sentenciado. Entre otras acusaciones se le señaló la obstrucción de la justicia, pues se consiguieron pruebas de su actuación en privado, en total coherencia y tomando decisiones astutas. Moriría en un hospital para prisioneros en 2005.
 
Aquí vienen unas dudas:
 
¿Será posible fingirse loco por años y años, sin que tal tendencia embote el propio raciocinio y la noción de la normalidad cotidiana?
 
¿Si nos fingimos locos durante varias horas del día será posible retornar a decisiones coherentes el resto del tiempo?
 
¿La farsa de la locura no impregnará nuestro ser y nos dominará?
 
¿Tendríamos la capacidad de separar lo que es la locura y la “normalidad”?
 
Todo un caso digno de reflexión. Tan sólo por eso Gigante es una personalidad digna de estudio.

Celos y sentimientos

Fecha: 17 de julio de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Hoy tuve la oportunidad de estar en la misma mesa con el Presidente Andrés Manuel López Obrador. No es la primera vez que eso ocurre. Lo conocí hace muchos años en un evento en la Ciudad de México, cuando yo participaba en algo que se llamó Juventud Progresista, organismo juvenil afiliado a la Corriente Democrática del PRI.

Esa corriente, por demás histórica, la integraron, además del hoy presidente, Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y otros más.

Sería una indiscreción y una irresponsabilidad de mi parte relatar lo platicado en la mesa de hoy, pues se analizaron temas de seguridad del país y del estado, pero puedo rescatar, para ustedes una pequeña afirmación que hizo el presidente.

Las frases, dichos y expresiones de los presidentes siempre me parecen interesantes, pues en un instante transmiten, de forma condensada, toda una vida de experiencias, toda una visión del mundo, todo un saber acumulado.

Pues bien, el presidente Andrés Manuel, después de dar unas instrucciones a un par de funcionarios que lo acompañaban, dijo en un tono resignado: «hay muchos celos y sentimientos en este oficio noble de la política».

Cierto. A veces hasta la menor de las decisiones genera efectos en el círculo que nos rodea. Se exige entonces la capacidad de anticipar lo que otros pensarán, pues muchas veces algo que parece sin importancia desata toda una serie de consecuencias inadvertidas.

En la actividad pública (quizás en todas las actividades) abunda la desconfianza, la envidia, la codicia, pero también aparecen los celos (profesionales y políticos) y los sentimientos encontrados.

En esa maraña de emociones el líder de un proyecto debe saber equilibrar lo que hace y lo que dice, previendo el efecto en los demás. No es algo sencillo, se los puedo asegurar.