Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

Sin asideros

Fecha: 28 de enero de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

El ensayista y directivo cultural, José Luis Martínez, le dedicó una vez estas bellas palabras a Octavio Paz:

Y sé que, además de los días serenos y de los triunfos y reconocimientos públicos, tu vida ha sido también, en ocasiones, ingrata, que has pasado años sin asideros que te protegieran, que has sido valiente en las encrucijadas y que, quien ahora lea tu currículum y vea cada una de tus estaciones, no podrá saber lo amargos que fueron algunos tiempos, y sólo verá en ellas etapas de experiencias y de obras. Porque con aires propicios o tiempos nublados y borrascosos, tú continuabas tu obra, tú proseguías la edificación de lo que ahora eres, paso a paso, sin dejarte vencer nunca y con una fidelidad extrema a tu vocación, que se ha vuelto cada [vez] más ambiciosa y exigente.

 

El párrafo da para muchas reflexiones. Suele advertirse en las trayectorias de éxito una línea en ascenso continuo, como si el destino le fuera abriendo las puertas al gran hombre o como si “cada estación” de la biografía fuera un pretexto para la experiencia y la creatividad.

No podemos o no queremos ver el tremendo esfuerzo que ese remontar significó. Incluso se pierden de vista esos momentos de angustia y desilusión, esos “años sin asideros” (bellísima expresión) y esas difíciles encrucijadas, como si no importaran frente al desenlace exitoso, que parece tejido por el destino con anticipación.

Pero esos espejismos son sólo para los seres comunes, que no ven en los grandes hombres sino un simple destino, es decir, una fuerza predeterminada donde no participó el esfuerzo personal, el valor, la decisión, el no dejarse vencer y la fidelidad a la propia vocación.

Es quizás la diferencia entre quienes nacen para lo grande y los que se quedan en la línea de vida media o baja: la grandeza implica tenacidad y sacrificio, un sostenerse a pesar de todo. Los otros sólo dirán, cuando ya todo fue hecho: “es que tuvo suerte”, “es que lo ayudaron”, “es que todo le fue fácil”.

Que cada uno elija sus propias proezas y pague el precio por soñarlas. Los otros que se queden admirando el resultado sin pensar en el duro caminar.

Cosquillas en el ojo derecho

Fecha: 26 de enero de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Hace un par de días, cuando estaba por dormir, sentí una incómoda sensación en el ojo derecho. Lo rasqué, sentí alivio por un momento, pero siguió la comezón. Yo sabía, como todos lo sabemos, que ese tipo de comezón no se alivia con facilidad y que entre más te rascas más te da. Por eso, lo mejor es dejarlas en paz, aguantar el mal momento y dejar que la cosquilla pase. Pero estaba medio dormido y seguí rascando. En algún momento me dormí, pero entre sueños siguió la comezón y yo rascándome con frenesí. Cuando desperté mi ojo estaba hinchado y parecía revestido con una película transparente, como si estuviera a punto de llorar. La comezón seguía, claro, pero ya estaba en dominio de mis actos y pude evitar el rascado todo el día, ayudándome con unas gotas de té de manzanilla. Para la noche siguiente, después de casi agotar mis reservas de té, logré cierta mejoría.
 
Esa incómoda experiencia me hizo reflexionar en todas esas obsesivas comezones que provocan el mismo efecto, es decir, ganas de seguir rascando pero sin resolver la sensación inicial o incluso incrementándola. Las emociones no correspondidas son una de ellas. A veces insistimos en conseguir el amor, la comprensión, la fidelidad o al menos el buen trato de la pareja y sucede que la otra persona no tiene la menor intención de brindar lo mismo. Seguimos insistiendo y usando todas las tácticas posibles, incluso las más humillantes, pero la situación no mejora mucho e incluso se descompone más. Sé de personas que hasta violencia verbal o física experimentan (no sólo mujeres la sufren, también ocurre con hombres, aunque usted no quiera creerlo), y sin embargo siguen insistiendo en mejorar una relación que es como esos molestos cosquilleos que nunca disminuyen.
 
También ocurre en ciertas situaciones laborales: se padece una circunstancia adversa y nada de lo que allí sucede brinda la satisfacción del deber cumplido, pero allí se sigue, quizás por dependencia económica, quizás por el temor de emprender otra actividad. Todos podemos comentar aquí ejemplos a la mano y quizás hasta los experimentamos en cabeza propia alguna vez. Tengo amigos que insisten en una actividad que poco les brinda, aguardando a que mejore o que cambie la circunstancia, pero en realidad siguen experimentando frustraciones y pesares en medio de un entorno adverso o al menos indiferente.
 
Abundan esos ejemplos de cosquilleo incesante, cuya solución no es rascar y rascar, pues la incomodidad se agudiza. En esos casos es mejor serenarse, untarse un poco de te de manzanilla y seguir adelante con la mayor elegancia posible.

Sones

Fecha: 4 de enero de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Llegué al baile, pedí una copa, animaba la fiesta un “son del encuentro”. Fui a la pista, todos en lo suyo, ensayé unos pasos en solitario hasta que unas mujeres me hicieron la famosa rueda. Los rostros eran conocidos: una que se fue con otro y olvidé pronto, otra que también me dejó y no pude olvidar tan fácil, una que dijo amarme pero no era cierto, otra que nunca dijo nada y de la que mejor tomé distancia, una que ponía condiciones que yo no quise cumplir, otra que todo lo discutía hasta que me hartó, una más que decía comprenderme pero que no me permitía tocarla, otra que era un delirio pero que llegó a mi en una circunstancia adversa, una más que… en fin, la rueda seguía y ellas aplaudían. Me dio miedo. Pedí disculpas, salí del centro de la rueda y me fui de la pista. Pedí otra copa. Volveré a bailar cuando toquen algún son del desencuentro.

El salvaje talento

Fecha: 7 de noviembre de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
El músico Robbie Robertson, en el documental “Elvis Presley: The Reacher” (2018), dice que las primeras grabaciones de Elvis están marcadas por una cosa: “la libertad de no tener que oírte a ti mismo muy seguido”. Es decir, son muy, muy inconscientes. Añade que, gracias a esa maravillosa falta de conciencia, su voz tiene mucho espacio y “una geografía hermosa”.
 
El juicio final es estupendo y da para muchas reflexiones: en toda primera grabación (en el caso de los músicos, claro) “te emociona el descubrimiento repentino de tu persona, de tus poderes, tus habilidades y lo que puedes hacer con ellas”.
 
Esa reflexión sobre los primeros productos de Elvis puede aplicarse a todo gran talento: cuando surge es repentino y vivaz, pero lo vamos modificando cuando tomamos conciencia de su poder, para bien o para mal. La sociedad, los críticos, la propia voz en la cabeza (la conciencia) modifican lo que es un río bronco, puro y agreste para amansarlo, contaminarlo y entubarlo. El resultado es desigual: a veces apreciamos talentos domesticados que intentan encajar en las modalidades sociales del ascenso, genios frustrados en el rincón oscuro donde reciben una módica paga o seres inertes que apagaron las chispas de su genio para evitar las críticas o incomprensiones.
 
Creo que todos deberíamos despojarnos de la corteza sucia que hemos acumulado, de ese hollín (tizne) que usamos como armadura, para dejarnos ver como éramos al principio: con nuestros sueños e ilusiones intactos.
 
Deberíamos volver un poco, en suma, a la pureza original y salvaje de nuestro talento.

Un día, cuando tenía poco de morir…

Fecha: 2 de noviembre de 2019 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 1
Un día, cuando tenía poco de morir, decidí aprovechar la oportunidad para visitar a ciertos personajes históricos que admiré en vida. Las calles del lugar eran distintas, como si cada barrio hubiera sido edificado de acuerdo a épocas y estilos propios del gusto personal de cada alma. La casa que buscaba era del tipo neoyorquino, con escalones al pie de la calle. Llegué y toqué la puerta. Mi personaje allí estaba, cómodo pero elegante. Pareció alegrarse de conocerme y me ofreció un café y una copa de anís en su estudio. Una delicia. Puede reconocer entre sus textos muchas de mis lecturas favoritas. También tenía muchas fotos antiguas en blanco y negro, que parecían propias de inmigrantes. Le dije que lo había admirado mucho tiempo y que me parecía una personalidad histórica, aunque controvertida. Se sintió honrado y me preguntó si mi vida había sido satisfactoria. Le dije que sí, aunque añadí me habría gustado hacer más de lo que hice. El suspiró. Añadió que en verdad a todos nos habría gustado hacer algo más de lo que hicimos, pero también hacer algo menos de lo que hicimos. Le dije que estaba de acuerdo.
 
Le pedí que me contara algunos pasajes poco claros de su vida. Lo hizo con soltura. En algún momento me di cuenta que había hecho algunas cosas terribles. Se lo hice saber. Me dijo una frase que sabía le gustaba decir en vida: «you can’t make a cake without breaking some eggs» (no se puede hacer un pastel sin quebrar algunos huevos). Lo dijo en un inglés burdo, contaminado y áspero, propio del Lower East Side, donde creció. Añadió que en realidad las decisiones terribles que tuvo que tomar fueron necesarias, pues de otra forma no se habrían logrado sus objetivos. Estuve de acuerdo. Dijo también que, eso sí, nunca había lastimado a alguien sin que lo mereciera. Me puse a pensar que a veces los personajes históricos pueden ser terribles, pero que dentro de lo terrible pueden hacer el bien. El pareció leer mis pensamientos. Me dijo que había hecho mucho bien en su vida, pero que para hacerlo también debió hacer el mal.
 
La tarde se fue como agua entre los dedos. En algún momento comprendí que debía retirarme y le agradecí todo el tiempo que me había dedicado. Me acompañó a la puerta y me dijo que regresara cuando quisiera. Ya en calle, al pie de los escalones y abajo de un árbol otoñal de hojas rojizas, volví a mirarlo y le hice una última pregunta:
 
«¿Cómo le hizo usted, con tantos pecados a cuestas, para arreglar las cosas y disfrutar de un espacioso departamento en el cielo?»
 
Guardó silencio un momento y me miró con curiosidad. Imaginé que me diría que a veces, aún en medio del mal se hacen cosas buenas, o algo así. Pero no. Me dijo lo siguiente:
 
«¿Aún no te das cuenta que no estamos en el cielo?»
 
Cerró la puerta y yo me quedé un buen rato allí, pensando con horror en todo lo que había hecho y dejado de hacer cuando pude.