Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

La muerte del Popeye

Fecha: 20 de marzo de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

El periodo comprendido entre finales de los años setenta y principios de los noventa, en Colombia, es digno de un estudio detallado. Fueron los años de la guerra contra los primeros grandes cárteles de la historia. Fueron años, también, de un agudo conflicto armado, con guerrillas de retórica izquierdista y grupos paramilitares de derecha. Fue como si todas las expresiones de la locura se dieran cita en un periodo concreto y, como suele pasar, esos momentos críticos arrojan luz sobre personalidades que asumen rasgos extravagantes.

El material es colorido: políticos de grandes dotes oratorias, presidentes atrapados en su circunstancia, funcionarios corruptos, intrigantes ligados al poder, narcotraficantes que parecen extraídos de una novela fantástica, sicarios pintorescos, periodistas valientes, policías heroicos y muchos actores más de esta forma de teatro del absurdo. Como ficción sonaría poco creíble, pero fue la pura realidad.

Uno de los sobrevivientes de ese periodo fue Jhon (sic) Jairo Velásquez Vásquez, más conocido como Popeye, uno de los sicarios de Pablo Escobar.

La personalidad de Popeye no desmintió jamás su inclusión en ese periodo trágico y a la vez estrafalario de la historia colombiana: era un asesino frío que no dudaba en confesar su participación en asesinatos directos (se le atribuyeron entre 250 y 300) e indirectos (quizás 3 mil). Pero a la vez, este sicario tenía extrañas habilidades oratorias y de comunicación (basta revisar sus entrevistas, ampliamente difundidas en internet para confirmarlo) y poseía una memoria sorprendente para reconstruir acontecimientos vitales en la historia de esos años violentos, a tal grado que se consideraba a sí mismo como “la memoria viva del cártel de Medellín”.

Fue encarcelado bajo acusaciones de terrorismo, narcotráfico y homicidio desde 1992. Durante el 2000 y el 2001 estuvo involucrado en los famosos enfrentamientos armados en la cárcel La Modelo (hechos que inspirarían el libro y la famosa serie: “Sobreviviendo a Escobar”).

Fue liberado en 2014, lo cual aprovechó para convertirse en un personaje de los medios de comunicación. Escribió un par de libros, bastante exitosos y contó con un célebre canal de YouTube llamado “Popeye Arrepentido”, donde llegó a contar con más de 1 millón de suscriptores.

Fue vuelto a encarcelar en 2018 por delitos de extorsión (al parecer reclamó grandes cantidades de recursos a familias de antiguos narcotraficantes). En esta última reclusión fue diagnosticado de cáncer y murió hace poco, el 6 de febrero de este año. Tenía 57 años y había pasado unos 24 preso.

No creo que sea apropiado sentir tristeza por el deceso de un asesino frío, pero creo que con Popeye mueren muchas historias que podrían ser ilustrativas de los abismos a los que puede llegar la naturaleza humana.

Esas historias no se van todavía: pueden regresar en cualquier momento.

La princesa atrapada en una cama de hospital

Fecha: 2 de marzo de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Podría hablar mucho de Luz María. Fue una chica de una familia modesta de la calle Cadenas y después de la calle Jiménez, del centro de la ciudad de Colima. Nació en Mazatlán, pero fue algo circunstancial. Su padre es colimense y ella radicó aquí desde muy niña. Estudió por puro tesón, a pesar de que las circunstancias familiares no le fueron totalmente propicias. Terminó la primaria en la Escuela Tipo República Argentina, del centro, la secundaria en la Enrique Corona Morfín, donde la conocí, después el Bachillerato 1, en la Universidad de Colima, donde también coincidimos. Desde muy niña se sintió fascinada por la televisión y jugaba a representar papeles de las películas que allí veía. Eso marcó su personalidad, volcándola a los medios de comunicación.

Logró concluir con éxito la licenciatura en Comunicación Institucional, en la Universidad de Colima y después tomó algunos cursos de redacción e historia literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, así como uno de cuento en la Universidad Iberoamericana. Tuvo la oportunidad de ser locutora en una estación de radio adscrita al sector público y después fue conductora pionera en la naciente televisión del propio gobierno estatal, donde participó en programas de difusión cultural y en noticiarios. Con los años llegaría a dirigir esa misma estación de radio y ese mismo canal de televisión, cuando se unificaron y convirtieron en el Instituto Colimense de Radio y Televisión. Ese Instituto se volvió muy fuerte gracias a su gestión, ampliando su programación y llegando a los municipios de Tecomán y Manzanillo. Así que, de forma extraordinaria, llegó a dirigir a las dos instancias de comunicación donde comenzó a trabajar.

Fue también coordinadora de comunicación social del DIF Estatal y años después, como resultado de ese mágico destino que tuvo, también dirigió parte de esa institución a través de la Secretaria Ejecutiva del Voluntariado Estatal. Por esa época, además, coordinó las actividades del voluntariado de la Secretaría de Cultura por nueve años, los mismos en que estuve a cargo de esa secretaría.

Pero no fue sólo eso, también hizo periodismo escrito, primero como reportera y después como articulista, a veces con su propio nombre, otras con pseudónimo. La última serie de sus artículos los identificó con un título estupendo: Historias a la luz. No fueron muchos, pero eran muy inteligentes y bien escritos. Los compilaré para difundirlos mejor. El último de ellos lo escribió cuando la enfermedad ya estaba dificultándole, incluso, manejar el teclado de su lap. Allí, confesó que se sentía como David luchando contra Goliat. Y en efecto, su enfermedad fue una lucha desigual, condenada desde el principio a una imposibilidad médica por ganar. Sin embargo, no se rindió. No renuncio a la lucha ni un momento. Siguió peleando contra la enfermedad hasta el final. Se buscó toda alternativa médica seria, pero fue imposible contener ese progresivo deterioro. Buscamos expectativas en los mejores hospitales de la Ciudad de México y con algunos de los mejores médicos del país, pero todo fue inútil. Al final encontramos refugio en el IMSS de Colima, donde la atendieron maravillosamente.

Fue una mujer carismática hasta el final. Los grupos de médicas y médicos residentes, o bien estudiantes de alguna especialidad, se tomaban fotos con ella como recuerdo. Siempre exigía estar muy limpia, maquillada y bien peinada, como si estuviera a punto de salir en escena. Las enfermeras le llevaban regalos y estampas religiosas y en general siempre fue atendida de forma extraordinaria. Fue, a mi juicio, como una princesa atrapada en una cama de hospital.

Un gesto la revela: en una ocasión vio que una mujer humilde que era su vecina de cama se levantaba al baño, durante la noche, totalmente descalza. Ella no podía soportar eso y dispuso que le trajeran de casa sus propias pantuflas para obsequiárselas. Todavía recuerdo su sonrisa de satisfacción, una noche en que la acompañaba, cuando vio a la señora usar esas cálidas pantuflas para ir al baño sin pisar el suelo frío del hospital.

Creo que ese sencillo gesto la define.
Siempre la recordaremos.

Descreído

Fecha: 14 de febrero de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0
Tengo un amigo que es capaz de volver ridículo hasta lo sublime.
Ayer, comentando sobre el día del amor, me dijo: «ya no creo en el amor, sólo en el sexo, pero como sexo es lo que menos tengo pues ya me volví un descreído».
Yo sólo lo escuché, asintiendo en automático.

Bizancio, un espantapájaros y un asesino que cuestiona las decisiones del destino…

Fecha: 2 de febrero de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 2

“Aquel no es país para viejos”, dijo William Butler Yeats en uno de mis poemas favoritos: Navegando a Bizancio. Allí dijo también (traducción de Juan Carlos Villavicencio):

 

Un hombre de edad no es más que una cosa miserable,

un abrigo andrajoso sobre un palo, a menos que

el alma aplauda y cante, y cante más fuerte

por cada arruga en su vestido mortal.

 

Pero la sentencia no es sólo para los viejos: en realidad todos somos algo miserable, casi unos espantapájaros, toscas prendas sobre una armazón de palos. A menos, claro, que nuestro espíritu conserve vigor y se exprese, cantando algo que valga la pena. Aterrador pero cierto. Quizás por eso siempre debe intentarse hacer algo, lo que sea, incluso sin esperanza. Cantar algo que pueda ser escuchado. Todo sea por no abandonarse a la ruina.

Por eso me sacude tanto ese poema, que releo cuando puedo. Además de su referencia a la otra Roma: Bizancio (o Constantinopla), la de las grandes murallas, la gran ciudad del Bósforo engarzada entre dos continentes.

Debo confesar, al respecto, que soy casi un experto en la historia de Bizancio/Constantinopla, pero siempre me detengo en su historia antigua. Es decir, nunca llego a la historia final de la turca Estambul, pues se me hace muy triste: es la derrota de una ciudad que fue un sueño de Occidente y que el mismo Occidente dejó morir con indiferencia.

Lo que no sabía es que ese poema de Yeats mientras navega a Bizancio, un poema sombrío y casi cruel, inspiró una novela fascinante: No country for old men, es decir, No es país para viejos, de Cormac McCarthy, donde aparece uno de mis personajes favoritos, el psicópata Antón Chigurh.

Chigurh es un hombre “con un aire ligeramente exótico” que parece obsesionado con los vericuetos del destino, con el azar y con la indiferencia que llega con la muerte.

Chigurh puede lanzar amargas reflexiones sobre el significado de una moneda lanzada al azar, que decide el todo o nada (la vida o la muerte), mientras sopesa la existencia de algún desdichado que se cruza con su camino.

Chigurh puede observar con deleite, cuidadosamente, los últimos pensamientos de alguien al que está por matar, mientras lo interroga en un extraño diálogo socrático.

Una pregunta propia de él es la siguiente: “Si las reglas que seguías te llevaron a esto, entonces ¿de qué sirvieron tus reglas?

Es un acto de suprema crueldad: hacer evidente al desdichado próximo a morir que si todo lo que significó su vida lo llevó allí, a una muerte violenta, entonces todas las decisiones de su vida fueron equivocadas, lo que implica que vivió una vida dirigida a un destino atroz.

Pero, lo pavoroso no es el terror filosófico que brota de la cabeza de Chigurh: es la sospecha que toda muerte prematura parece el resultado de una serie de decisiones erráticas. Si es así, entonces todas las decisiones de nuestra vida pudieron ser absurdas, sin valor, meros pasos hacia un final desdichado, pues nadie sabe cuál será su destino.

Aterrador sin duda. Eso ocurre en Bizancio, en los condados polvorientos texanos de “No es país para viejos” o aquí, donde vivimos.

Dios nos evite las decisiones terribles que nos lleven a morir como una sombra andrajosa en una vejez sin canto, lo mismo que a una muerte violenta frente a un asesino con ojos brillantes y opacos a la vez, como si fueran “piedras mojadas”.

Destinos terribles, ambos.

La flor con sed

Fecha: 28 de enero de 2020 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Mi jardinero de confianza es también un poeta amargo que aún no es reconocido. Cuando me ayudó a sembrar unas bellas bugambilias (o buganvilias) en mi jardín me advirtió con claridad: “a esta planta no debe darle de beber a diario, al contrario, debe castigársele con el agua. Así es ella, como algunas mujeres, si se le da mucho no florea. Se ve más bella en la adversidad”.

Mejor no me hubiera dicho eso. Ahora siento una sed espantosa cuando veo esas coloridas bugambilias, tan floreadas, en la vía pública o en las carreteras. Pero es cierto: hay plantas que florecen (como la bugambilia) o que dan fruto (como la vid) cuando sienten que pueden morir. La sequía es una advertencia lógica del final y entonces florecen o dan fruto (con semilla) con la esperanza de multiplicarse, es decir, de no morir en vano.

En mi jardín tengo dos bugambilias y no puedo soportar que sientan sed. Les doy riego a diario y, en efecto, casi no dan flor. Se sostienen como dos arbustos de un verde brillante. De hecho, cuando las veo florear me angustio en lugar de alegrarme y de inmediato me doy cuenta de que les hace falta más agua.

Debo ser un mal jardinero, como de seguro sería un mal vinicultor. Hay plantas que el ser humano aprendió a domesticar como a los animales bravos, con el castigo, pero eso no me da orgullo. Prefiero regarlas y saber que, si bien no se ven tan bellas, tampoco son plantas infelices y a punto de morir.

Por mi que no florezcan las ingratas o que arrojen flor cuando les de la gana, por abundancia y no por sed.

Y a todo esto recordé ayer en la noche, mientras regaba mis bugambilias, un poema de Dolores Castro:

Quiero decir ahora
que yo amo la vida:
que si me voy sin flor,
que si no he dado fruto en la sequía,
no es por falta de amor.

 

Quizás eso contarán algún día mis bugambilias. Así sea.