Apuntes de la categoría: La irreflexiva reflexión

Tentativa o certeza… qué delicia.

Fecha: 10 de marzo de 2011 Categoría: La irreflexiva reflexión Comentarios: 0

Desconfío de quienes dicen poseer la verdad y no admiten la posibilidad del error. Prefiero, por mucho, a los que sabiendo que su verdad pueda no serlo creen en ella, tan sólo por gusto y esperanza, como ésos que creen en su propia fe y que la disfrutan en el horizonte, sin usarla como recurso, arma o argumento. Yo mismo me he refugiado muchas veces en esa cálida cueva donde moran mis deseos y esperanzas, sin importar si me acompaña en la oscuridad la luz de la certeza. Ahora, si se me apura, mi predilección es por aquellos que eligen una anticipación, una tentativa, una posibilidad y la escudriñan con cuidado y delicia, negando que su reflexión signifique un saber adquirido e irrebatible. Pocos placeres tan magníficos como poner a prueba el pensamiento, ese “avanzar con la sonda en la mano” (lo decía Francisco García Salinas y lo repetía Jesús Reyes Heroles)… Ese ensayar y avanzar a ciegas, adoptando teorías que apenas brindan una explicación parcial de la realidad y que podemos desechar, sin vergüenza y con buen humor, cuando descubrimos que son inciertas o dudosas o nada.

El paisaje que no sé si lo es…

Fecha: 9 de marzo de 2011 Categoría: La irreflexiva reflexión Comentarios: 1

Ayer me acordé de Jaspers. Decía (o eso creo que decía) que un trastorno psiquiátrico debe atender el trastorno mismo y no lo que el paciente refiere sobre él. En otras palabras, atender el origen probable de una alucinación y no la explicación que el alucinado ofrece sobre su alucinación, o bien, si nos ponemos un poco metafóricos, atender el paisaje real y no distraernos —por ejemplo—con lo que el paisaje inspira en un poeta o en un artista, que siempre privilegiará la imagen que el paisaje inspiró en su creatividad. Me imagino que un psiquiatra debe saber distinguir entre lo que el paciente explica de lo que puede ser en realidad, pues de otra forma llegará a un diagnostico y tratamiento equivocados. El problema es que quiero aplicar este concepto a mis propios padecimientos y no logro descubrir cuáles de mis trastornos son la realidad y cuáles son el intento que realizo por describirlos. Tendré que leer a Jaspers de nuevo para encontrarme conmigo mismo, para explicarme lo que pienso y saber diferenciarlo de lo que creo es la realidad. Eso creo, pero me parece un poco complicado. Si sigo así tendré que aprender a ser feliz con mis trastornos y alucinaciones. Total, si son agradables no importará mucho si son lo real o lo que describo como resultado de mi interpretación de la realidad. Eso creo…

El filósofo que todo lo veía mal…

Fecha: 28 de febrero de 2011 Categoría: La irreflexiva reflexión Comentarios: 0

Un filósofo decidió mantener una actitud crítica ante el mundo. Solía decir: «Todos hacen algo, pero siempre algo de lo que hacen lo hacen mal y si rectifican algo puede ser que lo hagan peor y mi labor es señalarlo». A esta actitud la llamó «la obsesión crítica» y se dedicó a propagarla por su pequeño mundo. Todos se sentían observados por el viejo latoso que todo lo veía mal y decían de él que tenía el ojo preciso para descubrir lo malo incluso en medio de lo bueno. Si alguien barría el frente de su casa decía: «Éste al barrer el frente de su casa arrebata del suelo el humus de las hojas de otoño… si todos terminamos barriendo así el mundo será un páramo.» Si alguien decidía cultivar maíz decía: «Éste es un tradicionalista sin imaginación… Mira que sembrar lo de siempre.» Y si otro decidía sembrar zarzamora decía: «Mira nada más, a éste ya se le olvidó su origen y renegó de sus antepasados. Se le olvida que es un hombre de maíz, no de zarzamora ¡Aberrante!…Debería leer a Miguel Ángel Asturias». Si alguien ponía nuevos cerrojos a su casa lo acusaba de desconfiar de sus vecinos y si otro dejaba abierta la puerta lo llamaba descuidado. Si alguien bailaba lo señalaba como afeminado. Si alguien se mantenía sentado en la fiesta era un aburrido. Lo peor de todo es que pontificaba y buscaba hacerse de discípulos, diciendo: «Si todos ejercemos la obsesión crítica encadenaremos los yerros del mundo hasta encontrar la senda de lo perfectible». Cuando sintió cercanos sus últimos días dijo: «Cumplí mi misión en la vida. Señalé. Dije. Censuré. Mantuve mi obsesión crítica hasta el final. Espero que se entienda mi legado». Así fué. Apenas murió todos retornaron con alegría a barrer sus casas, a sembrar maíz o zarzamora y a bailar o no bailar si así querían. Pero algunos, muchos años después, los que no habían tenido que vérselas en vida con el viejo latoso, creyeron encontrar en su recuerdo el modelo de las virtudes antiguas. Hoy se le honra como uno de los grandes.

El filósofo que luchó contra la dispersión…

Fecha: 28 de febrero de 2011 Categoría: La irreflexiva reflexión Comentarios: 0

Un filósofo se resfrió y debió acudir a tres médicos especialistas para curarse: uno para el dolor de garganta, otro para la resequedad de su nariz y uno más para dejar de estornudar. Volvió la mirada a todo lo demás y percibió tal obsesión por el conocimiento especializado que sintió una desconfianza instintiva. Se dio cuenta que el arte, por ejemplo, siendo clara su aspiración, se diluía entre escultores, pintores, músicos, fotógrafos, escritores y un sinfín de variantes y combinaciones entre las disciplinas artísticas. A partir de esa experiencia renegó de la especialización dominante en el mundo científico, profesional y académico. «Especializarnos es descomponernos y atomizarnos −dijo−. Al concentrarnos en una parte que nos brinda comodidad perdemos la posibilidad de alcanzar la plenitud del conocimiento». Con esa certeza personal emprendió una lucha sin cuartel contra los especialistas, ésos que eligen un árbol y lo podan obsesivos, sin disfrutar el bosque que los rodea. El filósofo decía, cada que alguien le daba la oportunidad de decirlo, que «algo nos mueve a la unidad en la percepción y la creación, superando los límites del conocimiento especializado, pues toda especialización es, a final de cuentas, una distorsión. Pero el filósofo logró apenas un éxito moderado, pues si bien algunos aceptaron mezclar diversos lenguajes en sus propuestas, casi todos siguieron atentos los dictados de un mundo que exige la especialización −y por tanto la dispersión−, negando cualquier posibilidad a esas propuestas tan extrañas que pretenden la unidad y la integración…

El filósofo que evitó buscar la verdad…

Fecha: 27 de febrero de 2011 Categoría: La irreflexiva reflexión Comentarios: 0

Un filósofo decidió traicionar su credo y en lugar de aspirar a la verdad elaboró una compleja teoría fundada en el absurdo y lo inverosímil, pero como era tan brillante y sólido en sus reflexiones sus textos comenzaron a tomarse muy en serio. “Está bien −pensó−. Seguiré con la broma y alguien, en cualquier momento, descubrirá que todo lo que digo aspira a la mentira o, al menos, evita el compromiso con la búsqueda de la verdad”. Pero sus textos siguieron con el éxito y los críticos que se ensañaron con sus apuntes precedentes guardaron en este caso un incómodo silencio. Surgieron tesis y acotaciones, seguidores y hasta fanáticos de sus travesuras y el filósofo comenzó a temer lo que pasaría cuando dijera la verdad. Un día se sintió en sus últimos días y no quiso dejar esa bomba de tiempo en la historia de las ideas. Escribió una detallada confesión y ordenó publicarla al día siguiente a su muerte. Así lo hizo su editor, un poco a regañadientes. Sin embargo nadie hizo caso de aquellas sus últimas palabras. Aún hoy, aquella aclaración póstuma es interpretada como la confusión senil de una mente brillante y se evita, comprensiva y afectuosamente, cualquier juicio en torno a ella. Todos estaban tan fascinados con su magnífica búsqueda de la mentira y el absurdo, que evitaron cualquier comentario del último texto que aspiraba a la verdad.