Dijo Pessoa, una vez, que “sólo para oír pasar el viento vale la pena haber nacido”. No estoy tan seguro de eso. El viento viene con algo que casi siempre preocupa. Acarrea cosas que llegan de muchos lados y algunas me dan recelo.
Es como un río que pasa por donde sea, que se cuela por donde no debe, que arrastra lo que toca y ese río llega ―con suciedades, partículas fétidas y esporas bacterianas― hasta las orejas, donde bien puede hacer madriguera.
A veces escucho rimas que trae el viento y la verdad las rimas no me gustan, me suenan a mentira, como si alguien forzara las cosas hasta que den el ancho debido.
Algunas tardes el viento me acerca suspiros (de los anhelantes) o deseos (de los que parecen ronroneo) y me da vergüenza escucharlos: siento como si viera algo que no debo, con la diferencia, aclaro, que si fuera cosa de ver cerraría los ojos y listo, pero no puedo cerrar las orejas. Eso todos lo saben: las orejas no se cierran ni tapándolas con las manos. Hagas lo que hagas de todos modos se escucha hasta lo que no es permitido.
Lo peor es que a veces el viento llega con palabras de gente que ya no está, que se fue hace mucho, pero lo que dijeron se quedó dando vueltas por allí y me da miedo escuchar lo que alguien dijo antes de irse.
Un día escuché con claridad a un hombre discutiendo. Lo que decía tenía sentido, eso creo, pero el viento no me trajo respuestas, así que bien pudo estar hablando solo y no discutía con alguien, sino consigo mismo. Es el problema del viento: llega con cosas a medias y luego no se sabe si lo que se dijo era así o de otro modo.
Lo mismo pasó cuando el viento me trajo un “sí” envuelto en bella voz femenina. El “sí” llegó solito, sin frase inicial y sin réplica, así que me quedé la tarde imaginando aquello, esa pregunta a la que esa linda voz dijo que sí. Podría escribir un montón de cuentos sobre eso.
Conste que no digo nada de cuando el viento trae aromas llenos de recuerdos, incluso de los que uno no quiere acordarse. De eso luego contaré detalles, porque de aromas puede escribirse un libro aparte.
Por eso no estoy de acuerdo con Pessoa. El viento no se escucha pasar así nada más, impune, como si nada. Es algo más complicado. Es como un río, les dije hace rato, que llega hasta las orejas…
Ayer llegó una tormenta de pétalos y estornudé con furia, como si fueran gotas frías.
(alguien dirá que es alergia, pero sólo estornudo por cosas que valen la pena)
Ayer las personas corrían, como buscando refugio, pero yo caminaba lento, con indiferencia.
(no sé la razón de eso: sólo ocurría)
Ayer el mundo temía, pero yo estaba allí, inalterable, mientras todo pasaba.
(no es valor, insisto, más bien una forma de indiferencia)
Ayer pude decir de otro modo las cosas, cuando valía el momento, cuando importaba…
(pero eso ocurre siempre: me corrijo lo dicho cuando ya fue dicho y no pueden recomponerse las palabras habladas)
Ayer dije de nuevo «lo siento», pero debo aprender que no siento nada.
(me gustaría sentirlo, aclaro, pero ya me conozco muy bien y en realidad sólo lo digo por decirlo)
Ayer, en suma, pudo ser tanto, pero lo dejé en suspenso y con ello llegó la nada.
(quizás debería, entonces, volver a intentarlo mañana)
Las calles están llenas,
pero de ausencias,
deambulan renuncias, absurdos, incoherencias…
Pasean insensatos sus dolencias,
y alguien por allí,
casi desnudo,
grita que todo aquello también es suyo.