Esta noche no leeré,
me dejaré caer entre tus dedos.
Buscaré pasos,
no letras.
Intentaré el silencio
sin decirme pensamientos
y volveré a mis sueños
mientras duermes.
Esta noche no leeré,
me dejaré caer entre tus dedos.
Buscaré pasos,
no letras.
Intentaré el silencio
sin decirme pensamientos
y volveré a mis sueños
mientras duermes.
Algunos acordes de tu piel
suenan a condena.
Me hunden, inconsolable.
―Desearía no escucharlos―
Otros, los discordantes,
son pecaminosos,
animan la inmersión.
―Desearía ensordecerme
con ellos―
Cada rasgueo de tu piel
suena a lo mismo
mientras te escucho.
Soñé que miraba lo prohibido y me convertía en una estatua de sal. Entonces me probé y vi que no estaba hecho de sal de Cuyutlán. Inadmisible. Entonces me dejé a la intemperie y esperé a que lloviera para diluirme. Con suerte llegaré al mar y renaceré.
Ella está de pie. Él también, Miran hacia el frente, pero no a la cámara. Alguien les dijo que deben mirar a un punto indescifrable, algo en la distancia, quizás una cosa que pasa. Ella limpia, bien planchada. El ajado, como los días de labor, como la vida sin tregua. Es una pareja madura. Mineros, quizás. Lo digo por la escalera a un lado, el pico y la pala al suelo. Atrás una gran piedra. El viejo fotógrafo me dijo: “inventa una historia”. Lo hice. Supuse que él se dedicaría por años a golpear la piedra hasta volverla añicos y ella lo asistiría con la resignación de lo que toca en vida. Supuse una vida de búsqueda con hallazgos ocasionales de sonrisa fugaz, para volver a la faena del día siguiente. Pero no fue así. El viejo fotógrafo me lo dijo al final: en realidad ni se conocían. Los vio al pasar y les pidió que posaran frente a esa piedra. Los implementos ―escalera, pico y pala― ya estaban allí. Por eso la pareja ocasional guarda distancia y mira hacia algún lugar. Por eso se perciben incómodos. Una pose sin mayor propósito. Un afán de participar en lo que alguien pide. Estar allí nada más, mientras alguien toma una foto que parece contar una historia. Y yo aquí sacando conclusiones que a nadie importan. Otro día no diré lo que pienso y haré como ellos: me recargaré en una gran piedra y miraré sin decir nada.
Ella es música, delicado contoneo,
al deambular mientras la miro.
Meciéndose en son de ritmo propio,
sacudiendo el polvo de un mundo imaginado.
Zarandea las formas de aquel suave declive,
en el sinuoso desdén de su voraz anatomía…
Continente anhelado y aún sin nombre,
rumor perdido en el horizonte del viajero,
misterio anotado en pergamino,
noticia de algo indescifrable.
Continente contenido apenas insinuado
que se desborda de la piel de su universo,
de su plataforma de columnas
y la enredadera que brota de su frente.
Camina sin prisa,
desafiante,
altiva,
queriendo/sin querer
despertar con la mirada
todas las formas
de ese ansioso apetito que cambia con los años.
¿Cuál es poder de su danza?
Puede evocarse a voluntad
sin que importen pasos y extravíos,
los días perdidos,
los instantes dilapidados,
pues su imagen,
el rítmico caminado
los pasos que son trazo
fueron hechos para ser
(por mí) recobrados.