Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

Un debate con el profeta del banquito

Fecha: 21 de junio de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Caminaba indiferente, absorto en mis propios dilemas, cuando llamó mi atención un hombre trepado en un banquito que pronosticaba el fin del mundo y demandaba arrepentimiento frente a un pequeño grupo de curiosos. Me dio curiosidad preguntarle sobre sus aseveraciones. Me dijo que los signos eran evidentes y que pronto llegaría el momento decisivo. Me miró con cierta furia y gritó” “¡Arrepiéntete!”

Le dije que desde niño escucho eso pero que siempre la realidad se impone a los más locos anhelos destructivos. Cada tres o cuatro años surge algún alucinado pronosticando la catástrofe universal e invocando algún precedente primitivo: los antiguos textos sumerios, los crucigramas incas, las runas vikingas, los enredos mayas, los mensajes de algún extraterrestre o lo que fuera.

De hecho, insistí, tengo una hipótesis: cada que una generación se acerca por razón natural a la desaparición física, surgen las teorías del fin de los tiempos. Es algo natural, pues los que ya se van quisieran que todo se fuera con ellos. Es como irse de una fiesta: da coraje que allí se quedarán otros disfrutando de la música y el vino, así que mejor quisieras que la fiesta se acabara cuando ya te fuiste. Las personas que estaban al lado me miraron con aprobación. Incluso un señor dijo: “estoy de acuerdo con lo que dice Rubén”. Una señora añadió: “cierto, ayer fue la fiesta de graduación de mi hija y yo me quería quedar más rato, pero mi marido ya tenia sueño. Hubiera querido irme cuando todos se fueran”.

El profeta del banquito hizo una mueca de disgusto y gritó: “si no quieren creerme allá ustedes, yo cumplo con advertirles”. Le dije que esa frase no significaba nada en realidad, pues yo también podría decirle algo similar: “yo cumplo con señalar que lo que usted dice son tonterías, pero si no me quiere creer y sigue viviendo temiendo el día final, pues entonces allá usted, yo cumplo con advertirle”.

Me respondió, con tono colérico, que ya me arrepentiría. Le dije que lo dudaba, pues sólo se arrepiente el que no vive y una forma de no vivir es temiendo el final en lugar de disfrutar los momentos.

Me respondió con más enojo: “cuando estés frente a Dios temerás”. Le dije que yo temo a Dios desde ahorita, aún sin verlo y sin estar frente a él, pero le temo en el sentido profundo bíblico: intentando llevar una existencia lo más justa posible y dentro de los grandes principios que deben regir nuestra vida. Añadí que a Dios no se le debe temer como a un tirano que nos chasqueará un látigo para lastimarnos, sino como a un maestro al que se teme defraudar por no lograr una vida digna y feliz, tal y como sería su deseo. Es una convicción personal, pero añadí que respeto todas las creencias y las múltiples formas de interpretar y temer a Dios.

Me dijo que era un sacrílego. Le dije yo que el sacrílego era él por pretender hablar en nombre de Dios y por advertir sobre el fin del mundo sin tener la menor idea de lo que dice. Que mejor debería ponerse a hacer algo de bien en lugar de pronosticar cataclismos, pues bastantes horrores tiene el mundo para todavía advertir sobre otros más. Incluso deberíamos comenzar a resolver algunos de esos horrores, al menos los que están a nuestro alcance.

Eso fue demasiado. Bajo del banquito, lo tomó en sus manos y se fue caminando airadamente. Ya desde lejos me gritó: “eres un soberbio”. Le respondí, también gritando, que en eso sí estaba de acuerdo, pero que antes era más y que ya estaba corrigiendo ese feo defecto.

Los curiosos que estaban allí comenzaron a dispersarse. Me despedí de algunos de ellos y me fui a seguir mi camino. Mientras caminaba me puse a pensar que debería adquirir un banquito como ése. Me pararía en medio de alguna calle concurrida y comenzaría a profetizar algo más alegre, pues no toda profecía debe ser ingrata.

Podría decir, por ejemplo, que si bien el mundo algún día tendrá un final, lo más probable es que ninguno de nosotros, ni nuestros hijos, ni los hijos de nuestros hijos podrán verlo, así que es mejor vivir pensando en nuestro propia existencia y no en su final. Diría también que es bueno arrepentirse, pero es mucho mejor, de ser posible, vivir sin incurrir en acciones que nos puedan llevar al arrepentimiento.

Seguí pensando en eso mientras caminaba, lenta pero inexorablemente hacia el ocaso. Un rato después me pregunté qué es lo que hacía caminando hacia el ocaso, pues allá está muy oscuro, así mejor me regresé a donde aún era de día.

Paseos de la vergüenza

Fecha: 27 de mayo de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

En 1944 el fotógrafo húngaro Robert Capa (seudónimo de Endre Friedman) capturó en la calle Beauvais de Chartres un momento terrible para el alma humana. Una mujer rapada y con la ropa en jirones camina por la calle con un niño en brazos, mientras es increpada e insultada por una multitud. Los rostros que la rodean sonríen al tiempo que la miran con desprecio. Se aprecian policías, hombres bien vestidos y mujeres, muchas de ellas con sus pequeñas hijas de la mano. La infortunada es una joven francesa, acusada de sostener “collaboration horizontale” (no se requiere traducción ni interpretación) con los soldados alemanes.

Mientras ocurrió tal complicidad sexual, pero también amorosa y en algunos casos simplemente laboral, esas mujeres disfrutaron de ciertas ventajas, mínimas pero valiosas: un modesto ingreso, comida, algo de ropa, ciertos productos escasos y muy poco más. Cuando llegó la liberación, el pueblo enardecido volcó en ellas toda su furia acumulada: las rapó, las marcó con hierros candentes, las obligó a caminar desnudas, las escupió, las encarceló y en algunos casos hasta las asesinó. Es una escena recuperada muchas veces por el cine y las series de televisión, por ejemplo, en Band of Brothers. Incluso, la popular serie Game of Thrones rindió un homenaje a esos oscuros desfiles, cuando la secta de los gorriones obliga a la reina Cersei Lannister a un “paseo de la vergüenza”, es decir, a caminar rapada y desnuda entre el pueblo enardecido que la insulta y la humilla con gestos obscenos.

Pero… ¿eran culpables esas mujeres? Muchas ejercieron sin duda algún grado de prostitución (que los hay), pero otras sólo eran jóvenes madres, muchas de ellas viudas, que intentaron sobrevivir lo mejor posible y salir adelante en una época donde todo signo de libertad parecía imposible. Antes de juzgarlas con falsa superioridad moral debe recordarse que eran años de hambruna y desesperación, donde la vida valía muy poco. Pero claro, tal explicación no podía satisfacer a las muchedumbres airadas que intentaron vengarse de todo lo que estuviera ligado a la penosa invasión alemana. Aún no se conocen las cifras de esos desagravios populares, pero cada pequeño pueblo liberado se expresó de la misma manera: los invasores habían muerto o huían, así que el odio se concentraba en las mujeres, cientos o miles de ellas, que se ligaron de alguna forma con el oprobio.

¿Fue patriotismo, ardor bélico, lo que motivó ese horror contra las mujeres colaboracionistas?  En parte sí, pero también deberíamos reconocer emociones humanas más simples y efectivas: no olvidemos que los seres humanos envidiamos lo que otros tienen. Esas mujeres acumulaban motivos de rencor: eran bellas, usaron esa belleza para seducir invasores y disfrutaron de ventajas sobre los demás, incluyendo comida. Además, la mayor parte de los franceses no colaboró activamente con la resistencia y aceptaron acobardados la invasión, así que desquitarse envalentonados con mujeres indefensas les devolvía cierta categoría moral y los reivindicaba frente al resto de la sociedad.

La envidia se disfraza de indignación y adquiere peligrosas alturas morales. No es la primera vez que una emoción mezquina se adorna con falsas y elevadas virtudes. De hecho, eso ocurre todos los días, sea en discusiones políticas como en los más burdos temas cotidianos.

Lo cierto es que esos rostros de angustia, esas mujeres rapadas y ensangrentadas, con sus pequeños hijos en los brazos, son un espejo de los horrores de las multitudes indignadas.

La idea tardía

Fecha: 9 de febrero de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Alguien soltó al irse una idea tardía. Lo alcancé y le pedí que se la llevara. No la quiso. Me dijo que me la dejaba, que hiciera con ella lo que quisiera, que ni falta le hacía. Regresé abatido. No me gustan las ideas ajenas. Me siento un ladrón y no soy bueno con los fusiles. La dejé por allí, sobre el escritorio, pero no se estaba quieta. Saltaba y sonreía para que la mirara. Cuando lo conseguía me hacía gestos de ternura, como si fuera una huérfana en busca de cariño. Me desesperé y la guardé en un cajón vacío, pero al poco rato escuché sus sollozos y la rescaté del olvido. No quise usarla, pero a la vez me seguía dando pena, así que la guardé en otro cajón, en aquél donde guardo las ideas propias que no maduran todavía, las que aguardan un mejor momento, las que no tienen prisa. Allí se quedó cómoda. Por lo menos podría platicar con otras como ella. Quizás con los años las ideas allí guardadas se confundan, se crucen y tengan descendencia. Quizás cuando las saque un día sean otras y sean, por fin, mías… O quizás se me olvide que alguien las dejó por allí y entonces no me dará vergüenza arrojarlas por mi boca.

Por Colima

Fecha: 14 de diciembre de 2017 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Miguel de la Madrid significa para mí la emoción del triunfo. Me entregó durante su mandato dos premios: uno en 1986, frente al famoso Ángel de la Independencia, en Paseo de la Reforma (en realidad es la escultura llamada “La victoria alada”) y otro en la residencia oficial de Los Pinos, en 1987. El primero fue un primer lugar nacional de Oratoria y el segundo la Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud. En ambos momentos le dije: “Por Colima, Señor Presidente” y en las dos ocasiones me respondió, con su peculiar sonrisa, “Por Colima”.

Me parece que fue un gran Presidente: rescató al país de una de las crisis económicas y de credibilidad institucional más agudas de la historia y siguió en el servicio público, al término de su mandato, en el Fondo de Cultura Económica, donde dejó una gran historia. Durante su gestión presidencial no olvidó a su estado natal, llevándolo a la modernización a través del famoso Plan Colima, cuyos efectos aún percibimos en la infraestructura de comunicaciones. Por cierto, como expresidente se paseaba tranquilo por todos lados y siempre recibía un saludo cordial de las personas a su alrededor, lo que habla de una conciencia tranquila y de un reconocimiento social.

Fue un hombre moderado, familiar, austero y caballeroso. Para mí, además, fue un ejemplo a seguir y por eso celebro que se le rinda homenaje en ésta, su entidad natal, por iniciativa del Gobernador Ignacio Peralta.

Por mi parte, antes de su deceso, logré impulsar una librería del Fondo de Cultura Económica que lleva su nombre, en el edificio de talleres de Casa de la Cultura. Me habría gustado que viniera en persona, pero ya estaba muy enfermo, así que envió como su representante a su hijo Enrique, hoy Secretario de Turismo del gobierno federal.

Si hubiera venido a inaugurar esa librería le habría dicho otra vez: “Por Colima”. Sin duda me habría respondido lo mismo, pues siempre llevó a Colima en su corazón.

Y sin embargo…

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Y tantas veces leer sin esperanza, tan sólo por pasar las horas
Y otras tantas escribir sin ilusión, que no interesan tus apuntes
Y sucede también hablar en voz alta, sin que quieran escucharte
Y sin embargo sonreír un poco, sin nadie que te vea