Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

Ella que mira disfrazando la mirada…

Fecha: 6 de enero de 2017 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Sus ojos miran sin mirarme,

y adivino en ellos

algo de añoranza disfrazada de alegría

como si aprisionara un secreto

que los párpados asfixian

encerrado en el cofre

de las sonrisas perdidas

y en el velo rugoso

de una luz que lastima.

 

Quizás no distingan eso

quienes la miran mirarlos

(insensatos)

pues no saben mirarla

ni mirar sus ojos mirando

solo verla sin palparla,

sin comprender su mirada…

 

Mientras yo (es un extraño don)

puedo palparla de lejos

aún sin ella mirarme.

Es que la niña perdió algo

y sigue mirando de lejos.

Le hicieron daño quizás,

la rasgaron al tocarla,

(o tal vez)

olvidaron cubrirle los ojos

para cuidar su mirada…

 

Quizás perdió le fe en otros,

miró con fijeza algo

que se disipó al aprehenderlo,

quiso tocarlo y se fue,

se le escurrió entre los dedos.

 

Nadie le dijo el secreto:

que la mirada engaña,

que ver no es creer,

que ver es dudar,

que se debe tocar pues la mirada miente

(Eso lo sabe el escultor:

por eso duda

de lo que ve

y prefiere moldear a ciegas)

 

Mientras la sigo mirando

intentando decirle que a su mirada

le falta que yo la mire mirándome,

que no puede engañarme…

Que aún su bella mirada

es artimaña,

antifaz

venda

Que su mirada no es plena

 

¿La razón?

Sigue mirando sin mirarme,

sin saber que la toco y la moldeo

mientras la miro mirando.

 

Quizás su mirada cambie

cuando me mire mirándola…

Tus columnas, que sostienen tanto…

Fecha: 6 de enero de 2017 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Deambular por esas columnas labradas a pulso, cinceladas en horas de pasión estética,

de furiosa persistencia,

entre las ansiosas miradas de quienes se reúnen a moldear su esperanza.

 

Ella lo consigue

(nadie podría dudarlo al mirarla,

es inútil desviar los ojos y disimular cuando cruza con gracia esas columnas

y se sienta

y te mira con ojos de cosaca

Mientras contengo las ansias de saltar hacia ella

y embestirla sin tregua)

 

Le da un acabado de aliento y deseo a su anatomía…

Por eso bulle entre las imágenes,

se regodea en si misma cuando se percibe su paso,

se derrama desde una epidermis que mantiene distante y altanera.

 

Es su piel (nadie lo duda) una ciudad prohibida.

No pueden tocarla los herejes,

los que intentan (egoístas) deleitarse en su suave aspereza,

los que se obsesionan (ilusos) en su impermeable anatomía…

 

Ella guarda su deleite,

espera a que mis labios regresen de otras vidas

y la beban en su íntima dulzura,

recorriendo su camino de rocío,

de sabroso goteo,

hasta la cima,

hasta los territorios donde no se pide tregua, hasta la profunda espesura…

 

Allí donde ella perderá el arrojo

y repetirá, entre chillidos de selva,

que siente y sabe…

Que no es mármol su piel

Que no es fría la superficie

Que no es una escultura.

 

Que sus columnas fueron hechas para mí

mientras perduran…

La mujer que camina entre murmullos…

Fecha: 28 de noviembre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Es una escena común en las historias de guerra: la joven mujer de una nación ocupada por los alemanes (puede ser holandesa o francesa) camina por el pueblo cargando algunos víveres (o pases, bonos de guerra o lo que sea) que algún invasor le obsequió. El pueblo la mira con recelo. El aire está cargado de murmullos. Las ventanas destilan odio. La indignación es mayor entre las mujeres de más edad y los hombres viejos. Suponen que la bella mujer brindó libertades al conquistador a cambio de algunos bienes o ciertas migajas de poder. La condenan para siempre, pero en ese momento sólo pueden rechinar los dientes. Algún vecino se atreve a decirle al pasar, en voz muy baja: «Sé de dónde vienes, puta», como en la película Suite Francesa, basada en la excelente novela de la desdichada Irène Némirovsky. La mujer sigue su paso, quizás avergonzada, quizás impotente. Incluso altanera o indiferente. No hace sino sobrevivir, no sólo a la guerra o la ocupación, sino al desamor, el abandono o la inclemencia social. Es joven y desea ser amada. En ocasiones encuentra más comprensión y afecto en los invasores (jóvenes y bien educados, a pesar de su crueldad) que en sus paisanos, esos altaneros y despóticos campesinos. Como sea, es un mujer marcada. Cuando pase la guerra, cuando se vaya el invasor, cuando el viejo pueblo recupere su propio sentido de la injusticia, la maledicencia tomará las armas. Los que hoy sólo murmuran correrán tras ella, le escupirán, la trasquilarán de forma grotesca a la vista de los niños y la pondrán como ejemplo de lo abominable, tan sólo por ceder al deseo o la necesidad en un periodo de incertidumbre, cuando la vida podía perderse en el instante. Recuerdo esas escenas y me pregunto si quienes la miraban con odio, quienes murmuraban a su paso, quienes maldecían su placer, en realidad disimulaban su imposibilidad con el férreo patriotismo. No es casual, pienso, que los protagonistas del odio sean aquéllos o aquéllas que la edad apartó del deseo. Quizás no era rencor al invasor sino envidia lo que vomitaban a su paso, pues muchas veces las bajas pasiones personales se disfrazan de un gran idealismo o un gran patriotismo, como lo historia lo nuestra tantas veces. Pienso, también, que no se necesita un momento de guerra o un país ocupado para dejar sueltas esas pasiones: muchos de los odios que acumulan hombres y mujeres jóvenes son producto de la envidia de quienes no pueden gozar del momento como lo hacen ellos. Por eso escribí en mi cuaderno un apunte que hoy encontré y que de seguro escribí después de ver una escena de nación ocupada: «Mujer que caminas cargando tu deseo… Quien te señala mientras pasas, quien te acusa, quien se indigna de ti, no lo hace por superioridad moral. Sólo te envidia. Sigue adelante e intenta escapar de esas miradas. Huye de aquí antes que la envidia pueda tomar las armas».

Esa voz…

Fecha: 7 de noviembre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Una de mis tareas por esos años era atender llamadas especiales, las relacionadas con algún trámite pendiente. Los asuntos que no podía resolver una señora que era la secretaria del despacho. Me hice experto en eso a golpes de experiencia. Una vez recibí una llamada de la oficina de Reforma Agraria. El senador con el que trabajaba era del sector campesino, así que sobraban los trámites de ese tipo. Un voz femenina me pidió cierta información que no recuerdo, pero que solventé con cierto éxito. Me dio las gracias y colgó. Después llamó otra persona de esa misma oficina, quería unos detalles adicionales de un informe o algo así. Le respondí y nos despedimos. En los ratos libres me ponía a leer algo de la escuela, pero apenas iniciaba con eso cuando la secretaria me pasó una nueva llamada.
—Son otra vez de Reforma Agraria, dicen querer hablar con usted.
Suspiré y volví a tomar el teléfono. Era otra voz femenina.
—Le llamo para preguntarle si ya llegó un oficio que le enviamos ayer…
—Si claro —respondí —de hecho ya les comenté a otras personas que llamaron antes que ya lo recibí y lo estamos tramitando.
—Excelente… ¿no quedó alguna duda o algo que usted quisiera comentar con respecto a ese tema?
Me pareció muy extraña tanta insistencia, pero seguí respondiendo esa y otras preguntas con profesionalismo y buen ánimo, hasta que por fin la interlocutora se despidió.
Al día siguiente llegué al Senado, en la calle de Xicoténcatl, pues era allí donde trabajaba después de mis clases. Me instalé en la oficina y me dispuse a ordenar algunos pendientes. La secretaria me interrumpió.
—Aquí están unas compañeras de Reforma Agraria, que quieren pasar con usted.
Me pareció rara una gestión directa pero las hice pasar. Entraron. Eran tres mujeres de mediana edad, pero aún atractivas. Me miraron con curiosidad sin sentarse. Yo usaba pantalón y chamarra de mezclilla, de las que estaban de moda. A veces me ponía un traje, como es lo usual en la Ciudad de México, Pero ese día no. Una de las mujeres dijo:
—¿Tú eres el de esa voz aguardentosa?
No supe qué decir.
—¡Qué decepción! Nos imaginamos un norteño grandote, bigotón y guapo, no un chiquillo que ni le sale barba todavía. Ni hablar. Gusto en conocerte…
Y salieron divertidas al pasillo, donde por un buen rato seguí escuchando algunas risillas, como las que hacen las mujeres cuando cuchichean en complicidad.
Me sentí aturdido por un rato. Después me animé a salir a cumplir otras tareas. Cuando me retiraba me dijo la secretaria del despacho, una señora mucho mayor que las de Reforma Agraria.
—No se crea, «lic» Rubén, usted no es tan feo.
Le di las gracias, aún cuando todavía dudo que las mereciera, antes de alejarme rápido de allí.

Talentos…

Fecha: 4 de noviembre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

El talento es un atajo para resolver problemas o destacar en algo, por eso nos vuelve flojos. No es algo extraño: la naturaleza se formuló con la búsqueda del mínimo esfuerzo y nuestra mente también es naturaleza. Entonces, luchar para imponer disciplina al don natural es el primer reto del talento. Si no se logra esa disciplina que lo adereza y robustece, el talento se dilapida en pequeñeces y se disipa en el anonimato. Sobran las personas talentosas sin lograr el pleno reconocimiento. Se contentan con impresionar a los que tienen alrededor o con alcanzar modestos reconocimientos. Sucede que el talento les dio lo que querían y se quedaron allí, sin explorarlo (y explotarlo) al máximo. Es más, creo que todos poseemos uno o varios talentos, pero los dejamos dormir por nuestra tendencia a la comodidad física, mental o espiritual. Una vez leí una bella frase que resumía muy bien lo que quiero decir: «el genio es la osadía del talento». No recuerdo el autor, quizás era Octavio Paz hablando de alguien (de Goethe, creo, pero no estoy seguro) o tal vez la frase es mía, redactada a partir de alguna lectura inspiradora. Lo ignoro. Intenté buscarla por Internet pero no me apareció como tal. No importa. Dejémoslo así. Lo importante es que es cierta. Si se quiere alcanzar la trascendencia hay que poner a trabajar al talento y llevarlo a donde pueda llegar. Triste sería dejarlo como está. Me repito eso cada que puedo para darle intensidad y laboriosidad a mis modestas facultades. Algo de jugo les extraigo gracias a esa letanía, a pesar de ser –de forma tan íntima– un flojo. Pero dejemos aquí esta reflexión que ya me dio flojera seguir pensando y escribiendo. Ah, pero luchemos un poco más contra la molicie pues falta algo: la misma Biblia, en el Nuevo Testamento (puede leerse la parábola respectiva en Lucas y Mateo) nos recuerda que el talento debe ponerse a trabajar, pues cuando regresemos con El Creador tendremos que darle explicaciones sobre nuestros dones y lo que hicimos con ellos. Sería vergonzoso tener que decirle que no logramos gran cosa con los talentos que sembró cuando nos envió a la vida.