Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

Menos deporte y más whisky

Fecha: 19 de octubre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

La práctica deportiva regular acarrea diversos problemas físicos. Se lastiman músculos, articulaciones y huesos. Los que corren sufren esguinces, los que nadan pueden ahogarse, los de bicicleta corren peligro de ser arrollados, los que caminan despreocupados son perseguidos por los perros (me pasa a cada rato) y no son raros los casos de apasionados deportistas que enfrentan lesiones más serias con el paso de los años. En fin, eso del deporte es algo de alto riesgo. Ironía: por buscar la salud se dilapida. Quizás resulte mejor evitar el ejercicio y ejercer, a plenitud, la vida contemplativa. Tan grato que es sentarse, servirse una copita de vino tinto y emprender la lectura de un buen libro o disfrutar una serie inteligente. Una delicia. Habrá quien arroje maldiciones al respecto, pero siempre que algo resulta controvertido vale la pena apelar a Churchill. El viejo siempre tenía algo inteligente por decir para casi cualquier tema. Cuando se le preguntó el secreto de su productiva longevidad respondió: mucho whisky, dormir poco y fumar un puro tras otro. El ejercicio, por supuesto, no figuraba en su ecuación. Algunos alegarán que el ejercicio prolonga la vida, pero si la vejez estará llena de achaques deportivos no parece apetecible por más prolongada que resulte. Sé de casos en los que la ansiada longevidad fue menos gozo que pesar. Además, lo dijo Cervantes: el que larga vida vive mucho mal ha de pasar.

El niño en el espejo

Fecha: 11 de octubre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Debió ser a los dos o quizás a los tres años, un poco antes o un poco después. El caso es que alguien me peinaba. Debió ser mi madre, pero recuerdo muchas voces y muchos movimientos femeninos. Quizás mis tías. Me encontraba sentado, quizás recién bañado, en la cama de Micaela, mi abuela, así que debió ser en su casa, en el Barrio de La Salud de Colima. De repente alguien abrió la puerta del ropero de madera y apareció la imagen de un niño. Era un espejo colocado en una de las puertas del ropero, pero en ese momento no lo sabía o no recuerdo haberlo entendido con claridad. Me quedé viendo la imagen de aquel niño que alguien peinaba, cuando de pronto entendí que la mano que peinaba al niño era la misma que tocaba mi cabeza. Fue cuando supe que esa imagen era un reflejo y que el niño que veía era yo. Me vi con cuidado. Revisé la pelo, la cara, la ropa que traía, los pequeños zapatos, incluso los calcetines de rombos. No me gustaba mucho ese niño pero yo lo era. Hasta ese momento no tenía plena conciencia de mi, sólo estaba allí. Fue en ese momento en que supe de lo que yo era, un niño, y que yo era ese niño que me miraba. Quizás estamos tan acostumbrados a eso, tan obvio, que se olvida que en algún momento fue necesario un esfuerzo de comprensión para saber que esa imagen que percibimos en un espejo somos nosotros. Lo cierto es que ese momento fue algo importante, pues lo recuerdo con claridad y no se recuerdan muchas cosas de esa edad. Es como si todo estuviera cubierto por niebla, algo sombrío desde lo que brotan destellos, no muchos, sólo los asociados a un momento extraordinario. Pero nosotros somos afortunados por vivir esos momentos a una edad temprana. Incluso por recordarlos. En la novela Gringo Viejo, de Carlos Fuentes, los espejos representan el contacto con la verdadera identidad, como si fueran la oportunidad para recobrar el verdadero rostro. Todos los personajes experimentan algo distinto frente a su reflejo y la tropa revolucionaria no es la excepción: aquellos peones sublevados no conocían su imagen, no sabían cómo se veían, no entendían como los veían los demás. Tomar el poder por asalto es descubrir los espejos donde sólo los patrones podían mirarse. Sí, reconocer nuestra imagen es un derecho en el que poco reflexionamos, No aparece en ningún catálogo, en ninguna declaración, en ningún programa revolucionario, pero reconocerse en un espejo es algo vital para construir nuestra identidad frente a los otros. Sigo pensando en eso mientras veo mi rostro y recuerdo lo que el espejo me dijo aquella tarde en casa de mi abuela.

De un hombre en celo haciendo el ridículo…

Fecha: 3 de octubre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Crecer es algo difícil. Mujeres y hombres enfrentan retos y peligros. Es como caminar por un sendero estrecho al lado de un abismo. El otro día tuve oportunidad de recordarlo. Esperaba turno para comprar boletos para el cine. Una pareja hacía fila unos lugares adelante. Se veía que estaban en sus primeras citas. El más maduro que ella por algunos años. Atrás de ellos esperaba un muchacho de unos diecisiete, alto y fornido para su edad pero todavía con la cara de adolescente. En algún momento algo le molestó al señor de adelante. Quizás lo rozó un poco sin querer. El problema fue su reacción. Era desmedida, absurda, desproporcionada.. Casi le gritaba al muchacho y lo miraba con ferocidad. Yo viví esa escena muchas veces. De muchacho me pasó. Como tenia el cuerpo grande pero conservaba la cara de niño fui un presa fácil para traumados que se aprovechaban de la ocasión. Sucede que algunos quieren «lucirse» con su pareja, sobre todo si están en las etapas del «apantallamiento», es decir, en el cortejo. En todo el reino animal los machos quieren impresionar a las hembras y entre los seres humanos la cosa no cambia mucho. Si los susceptibles ven a alguien con rostro de niño saben que no reaccionará con violencia y si es grande de cuerpo pueden ostentarse como valientes frente a la potencial pareja. Es algo como decir: «para que vea que soy valiente y fiero», (aún cuando estén chaparrones y poco atléticos). Un absurdo, si ustedes quieren, pero sucede mucho. La cosa se complica aún más cuando el supuesto ofendido es mucho mayor de edad y no muy bien parecido, pues además de todo surgen los celos. Sufrí eso bastantes veces, hasta que mi rostro cambió. Entonces los problemas cesaron como por encantamiento. Los traumados en la etapa de celo saben que si se meten con alguien de rostro maduro habrá respuesta enérgica y entonces orientan sus estrategias de compensación hacia otras víctimas. Este era un caso así y de inmediato me sentí identificado con el muchacho de diecisiete, que para ese momento se veía muy apenado y confundido con las resonancias del señor de adelante. Me acerqué un poco y le dije al fulano, en un tono firme: «Oiga, el muchacho viene conmigo ¿cuál es el problema?». El hombre se empequeñeció. Balbuceo algo que no entendí. Le dije en un tono más serio: «ya gritoneó, si ya está contento avance y déjenos en paz». La muchacha jaloneó al hombre salvándolo de la obligación de dar una respuesta más, pero no lo salvó del ridículo, pues para ese momento todos lo miraban. Compraron sus boletos y se metieron a la sala. En ningún momento lo perdí de vista por si se animaba a seguir con el sainete, pero no volvió la mirada en ningún momento. El muchacho me dio las gracias. Le dije que no era nada y cada quien se metió a la sala de su elección. Esa tarde me supieron deliciosas las palomitas y el refresco. Me permití, incluso, unos chocolates. En silencio brindé por aquellos patanes que me hicieron pasar de muchacho algunos tragos amargos. Ya les regresé una de tantas a los de su misma especie. Salud.

¿Audaces?

Fecha: 13 de septiembre de 2016 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

El toxoplasma gondii es un parasito intracelular con manías de control. Si, suena extraño pero tiene el poder de manipular la conducta y trastornar a los organismos donde se hospeda. Cuando entra en contacto con las ratas, por ejemplo, se incrusta en sus glóbulos blancos y genera sustancias (neurotransmisores, en realidad) que inhiben el miedo y provocan una reacción lenta frente al peligro. La consecuencia es una rata o un ratón osado, que se pasea impunemente entre los gatos y puede llegar a atacarlos. Los gatos reaccionan al principio con sorpresa, pues todo lo antinatural es extraño, pero después recuerdan que el temerario roedor, aunque agresivo, es en realidad un bocado y lo devoran. Eso es lo que quiere el parásito, pues los roedores no son su prioridad. Ya dentro del gato, el toxoplasma gondii encuentra las condiciones propicias para reproducirse: los intestinos del felino doméstico. Su retorcida descendencia sale por las haces del gato y termina contaminando a más roedores para reiniciar ese tétrico ciclo. Por supuesto, este parásito puede entrar en contacto con los humanos y de hecho, un alto porcentaje de la población lo alberga sin consecuencias severas, ya que nuestras defensas naturales lo contienen. Advirtamos que no todo es culpa de los gatos. A esta doméstica especie solemos atribuirle maldades inauditas, muchas veces sin razón. En realidad es más fácil que tan desagradable inquilino ingrese a los organismos humanos por culpa de las verduras y carnes mal cocidas, ya que el parásito abunda en los fertilizantes naturales (muchos de ellos tienen, por desgracia, heces de gatos y otros animales). El problema es que en algunas ocasiones el parásito logra vencer las defensas humanas, se incrusta en nuestro sistema y altera neurotransmisores como la dopamina y el GABA, lo que provoca reacciones similares a las que sufren los roedores: se desactivan las alarmas frente a los peligros, se reacciona con lentitud en los eventos de riesgo y, en casos severos, surgen los síntomas de la esquizofrenia. Ahora lo entiendo todo: esos hombres y esas mujeres capaces de proezas donde la vida se pone en riesgo no son, en realidad, más valientes que yo. Puede ser que, afectados por el toxoplasma, perdieron los mecanismos de previsión y alerta frente al peligro. Hasta es posible (sospecho) que algunas maravillosas osadías de la humanidad —el viaje del Argos, el alpinismo, el buceo de grutas submarinas, las guerras mundiales y la conquista de la luna— fueran motivadas por el parásito y no por el arrojo humano. Espero que nadie levante la ceja por ello, pero quizás nuestros grandes emprendedores de imposibles fueron, en realidad, una especie de zombies controlados por un parásito diminuto que arruinó su cordura y paralizó sus instintos de supervivencia. Por eso digo: ya no me sentiré humillado frente a los valientes que desafían el vacío en paracaídas o los sangrones que parecen disfrutar los juegos más radicales de la Feria de Todos los Santos. Quizás estén enfermitos, los pobres.

Casi una fábula

Fecha: 11 de septiembre de 2016 Categoría: Historias al pasar..., Sin categoría Comentarios: 0

Vi un bello documental sobre un corpulento tigre. En sus andanzas le apeteció un grácil mono que, apenas logró verlo, subió presuroso a un árbol. El tigre, sin prisa, se sentó a dormir una siesta. El mono, desde las alturas, hizo lo posible por molestar al peligroso intruso y le arrojó, divertido, una buena dosis de orina. El pestilente rocío apenas molestó al tigre, que siguió ronroneando entre el follaje.

El mono se divierte con su impunidad que por algunos momentos le da una sensación de poderío. Pero cuidado, la orina no es mortal y el tigre sigue allí, esperando con paciencia. Solo necesita una oportunidad y el mono no podrá arrojarle nada cuando esté al alcance de esas garras.