Apuntes de la categoría: Historias al pasar…

Las niñas del mar de Celestún

Fecha: 21 de octubre de 2015 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 2

No sabía de esa playa y ese mar. De donde vengo es azul y la arena oro apelmazado que se cuela entre los dedos. Me siento extraño sobre un manto blanco que se deshace al pisarlo, mientras veo ese mar de un verde irresistible. Me metí al agua y avancé a lo profundo. Volví la mirada. La playa estaba lejos y el agua apenas acariciaba mi cintura. Me obligué a regresar. Tuve miedo de obsesionarme con ese mar y seguir caminando por horas hasta que se abriera el abismo bajo mis pies. Los que se pierden en el mar son los que no quieren regresar. Quizás lo intente algún día. Hoy no. La playa seguía igual. Una lancha esperaba de costado, como si disfrutara el horizonte. Una pareja se bronceaba con el rostro cubierto. Un cuerpo de mujer a lo lejos (casi una posibilidad). Miré hacia la izquierda y descubrí un grupo de extrañas y narizonas muchachas, sin duda hermanas, disfrutando de la arena blanca. Todas en prendas negras, no tan pequeñas como una desvergüenza, no tan abundantes como un rechazo. Por un momento recordé un cuento de brujas y temí que lo fueran, pero no podía dejar de mirarlas por su extraña sensualidad, con sus senos rojizos y apretujados, como los globos que llenaba de agua, cuando niño, para arrojarlos a las muchachas el Viernes de Dolores. Vi el reloj, ya era tarde y debía encontrarme a un par de calles con el taxi de regreso. Decidí remojar un poco más los pies en ese mar verde y cálido. Quizás me llevaría su color irresistible impregnado en los poros, en los vellos, en las uñas y todos se asombrarían al verme caminar descalzo por allí. Dos niñas me miraban. Muy pequeñas, quizás de cinco o seis años. Muy parecidas. A mi mente vino la imagen de dos ardillas nadadoras. Me puse nervioso al verlas luchar con las olas. Se mojaban y dejaban arrastrar con desenfado. Ningún padre a la vista. Mi angustia crecía. Se acercaron a mí. Eso siempre me sucede: atraigo a los niños aunque me muestre distante. Me puse a platicar con ellas. Habría hecho cualquier cosa para que salieran del mar. Hablaban en chisporroteo, con esa tonalidad alegre de la costa yucateca. Una decía tan rápido que no podía entenderla, pero parecía contar algo tan divertido que reía y me hacía reír. Les pedí que salieran del agua, pero no parecían entenderme. Sólo me veían y se reían. Me daba horror dejarlas allí jugando con el mar. Otra, la más pequeña, me dio una concha que todavía conservo. Cuando me despedí volvieron a sumergirse en ese mar que no se agota. Ya lejos de la playa volví a mirarlas. Seguían jugando como si fueran parte de las olas. Quizás vuelva a verlas algún día, cuando regrese a Celestún y me anime a caminar a lo profundo, hasta nunca regresar.

Tardía…

Fecha: 19 de octubre de 2015 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Soltó, casi al irse, una idea. Años después regresó y recuperó aquella idea tardía que seguía rebotando por allí.

Ideas por allí…

Fecha: 14 de septiembre de 2015 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Algunas ideas escapan de mi, otras se vuelven realidad, unas apenas se dibujan. En distintos cajones conservo las que pasaron ciertas pruebas, las que aguardan mejor momento, las que no encontraron un oficio mundano que les diera forma, las que no son mías pero adopté y modifiqué a mi gusto, las que quisieron dar de sí pero no pudieron, las que me dieron miedo, las que siguen obligándome a levantar la ceja, las que pensé que nadie entendería, las que diré cuando nadie se moleste. Todas son importantes para mi. Temo por su destino, por lo que pasará con ellas cuando ya no esté aquí para pensarlas.

La mujer que miro mientras mira el mar

Fecha: 3 de septiembre de 2015 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 2
Una mujer mira el mar mientras yo la miro desde lejos.
Quiero acercarme a ella y preguntarle lo que mira, lo que piensa cuando mira o quizás lo que añora mientras mira al mar.
Me adelanto unos pasos.
Dudo.
Tomo fuerza.
Avanzo.
Vuelvo a dudar.
Sigo mirándola mientras sigue mirando el mar.
Su cabello se mece mientras mira y yo siento mecerme al ritmo que se mece su cabello mientras la miro mirando el mar.
Debe ser muy claro su cabello, ese cabello que se mece y hace mecerme, pues refleja al mar, ese mismo mar que ella no deja de mirar.
Debe ser bella.
Debe serlo.
Quiero que lo sea pues se ve maravillosa mientras la miro mirando el mar.
Quizás sonría mientras mira al mar o quizás esté dejando caer alguna lágrima que yo podría secar, en lugar de seguir mirando desde lejos a una mujer que mira al mar.
Un joven se le acerca.
Camina con decisión.
Lo envidio.
Ni siquiera es mejor parecido que yo, pero es más valiente por no dejarse intimidar por una mujer que mira al mar.
Pero quizás no sea valiente.
Puede ser su amigo, su hermano, su novio y entonces no tendría motivos para sentirse temeroso de aproximarse a una mujer que sigue mirando al mar.
Le dice algo.
Quizás la está saludando y busca un motivo de conversación.
No, no puede ser su amigo, ni su hermano, ni su novio.
Si así lo fuera le hablaría con menos formalidad y aquí parece pedir su permiso, como si acabara de conocerla.
Maldito.
Lo envidio.
Yo sigo paralizado mirando a una mujer que mira al mar mientras otro llega sin agobio y la interrumpe en su mirar.
Al parecer ya obtuvo su permiso.
Ya se sentó a su lado.
Quizás sólo se sentó sin esperar la respuesta, pues mientras él habla ella sigue mirando el mar.
Al parecer conversan, pero ahora los dos miran el mar.
No puedo escucharlos pues estoy muy lejos, así que quizás no estén conversando.
Quizás él sólo pidió su permiso para mirar el mar junto a ella y ella lo permitió.
“Claro que lo permitió”, deduzco, pues si no estuviera de acuerdo ya se habría levantado y dejado de mirar el mar.
Quizás se siente un poco incómoda, pero prefiere aguantar al impertinente y no dejar de mirar el mar.
Ahora yo estoy mirando desde lejos a una mujer que mira al mar y a un impertinente que se sienta cómodamente al lado de ella y la acompaña mirando el mar.
Siento el fracaso en la boca, salado como el agua del mar que ella y él están mirando mientras yo los miro desde lejos.
Pero… Un momento.
Ella parece decir algo.
Levanta el brazo y señala a lo lejos.
El se levanta para mirar aquel punto indescifrable en el horizonte del mar que los dos están mirando.
Debe ser algo muy lejano, pues yo no puedo verlo, a pesar de que es el mismo mar el que ahora miro en lugar de verlos a ellos y el que ellos están mirando.
Ahora ya se levanta ella y los dos miran de pie el mar.
Después caminan.
Se acercan a ese mar que antes miraban juntos mientras yo los sigo mirando.
Ya llegaron al mar.
El duda un poco.
Ella le toma la mano sin dejar de mirar el mar.
Siguen caminando.
Yo los miro desde lejos mientras el agua de ese mar que siguen mirando les llega a la cintura.
Siguen sin dejar de mirar el mismo mar.
Ahora el agua les llega al cuello, pero no dejan de avanzar mientras miran el mar.
Los sigo mirando hasta que ya no puedo distinguir sus cabezas.
Espero un largo rato, esperanzado de mirarlos nadar alegremente en ese mar, el mismo mar que antes ella miraba a solas y que después miraron juntos mientras yo los seguía mirando.
Pero no, ya no los pude mirar.
Sólo me queda seguir mirando el mar.
Quizás mientras lo miro vuelva a ver otra sirena sentada por allí mirando el mar.

Cruces de camino

Fecha: 31 de agosto de 2015 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Ayer caminé por una vieja carretera. Las cruces brotaban cada kilómetro. Se diría que es la avenida con más accidentes en el mundo. Algunas cruces parecían más antiguas. Otras acumulaban un dolor tan reciente que las flores de tributo estaban frescas, como recién cortadas. Sentí el dolor de los que se fueron en un instante, quizás sin culpa alguna, en un momento de descuido, en un pestañeo o un suspiro inoportuno. Eso de colocar cruces en los caminos es aterrador. Me hace recordar a las que colocaban los romanos. Se dice que así llenaron una vía apenas sofocada la revuelta de Espartaco. Claro, las cruces eran una forma de suplicio, en lo que eran tan inventivos: allí colocaban a los moribundos hasta la agonía. Fue nuestro Jesús el que dotó a la cruz de un nuevo simbolismo. El suplicio, el castigo ejemplar, se volvió un acto de redención para todos, incluso para los indiferentes que clavaron su carne en aquel monte del calvario. Aún así, la cruz, queriendo ser redención y esperanza de otra vida, sigue como símbolo de muerte. Debería ser advertencia para los que manejan con prisa, pero a juzgar por tantas sembradas aquí y allá esto no lo fue. Más parece una invitación. Algún día las madres, las viudas, los hermanos o los hijos de quienes aquí murieron también pasarán y las cruces dejarán de recibir ofrendas. Quedarán un tiempo en pie, viendo pasar otras vidas. Las toscas cruces tendrán su propia agonía hasta que alguien como yo pase por aquí y se pregunte lo que eran esos montones de piedra en el camino.