La agresividad es en realidad un escudo que revela miedos profundos
Es un placer saludarlos. Entren por su voluntad para que dejen algo de alegría en este sitio. Aquí encontrarán algunos apuntes en desbarajuste, tal y como brotan de mi cabeza. Es una mirada a lo que me gusta y emprendo. No es algo bien organizado, debo advertir, porque en mí viven muchos: el que escribe, el que habla, el que dirige, el que sólo coordina, el que concilia, el que busca imponerse y el que sabe someterse (a su estilo). También está, por allí, el que se mueve como pez en el agua entre las multitudes, el que ama la soledad, el furioso, el sombrío, el hiperactivo, el que demora (como Fabio) y el que apremia (como Claudio Marcelo). Tengo uno dormilón y otro que adora el desvelo. Uno que opina de una forma y otro que siempre le discute. Hay algunos −entre ellos− que incluso celebran pequeñas sesiones de afinidad para convivir y charlar. Por ejemplo, entre los que aman hablar en público tengo identificados: al que se expresa con deleite, casi con sensualidad; al que habla con furia y persuade con vehemencia; al expositor pausado y magisterial y a uno más de habla tímida y presurosa, sin olvidar al que persiste, desde la niñez, en el tartamudeo. Los hay escritores, también, y cada uno con su tema: el que se siente poeta, el ensayista, el articulista periodístico, el cronista, el aprendiz de filósofo, el que inventa historias en miniatura, el que compila, el que excluye, el polemista y hasta el cáustico y burlón… Tengo uno que ama los clásicos y se viste de gala (como el Florentino) para encontrarse con sus pensadores predilectos y otros que se pierden con placer entre sombras tenebrosas, atisbos robóticos y muertos vivientes.
No es algo extraño (creo), después de todo −lo dijo Whitman− el hombre, siendo uno, contiene multitudes… En mi caso ésos que contengo deben convivir (o al menos coexistir), pero de un tiempo a éste percibo que disputan con altisonancia su lugar en el mundo y debo elegir entre hacerme a un lado para que triunfen los más fuertes o darles voz a todos para que se tranquilicen un poco. Aquí podrán conocer algunos. Creo que les simpatizarán. No son pretenciosos y juegan limpio… Sólo tienen ganas de ser. Luego me platican cuál les parece mejor.
En fin, si les gusta lo que aquí ofrecen esos muchos (que soy yo) entren, exploren, vean y lean… son ustedes bienvenidos.
Claro, si algo no es de su agrado pueden seguir impunemente su camino… Incluso, es posible que alguno de mí los siga (o los persiga).
La agresividad es en realidad un escudo que revela miedos profundos
Los tontos creen que la risa es burla contra ellos.
Cuando se quiere silenciar algo desde el poder lo más torpe es eso: intentar silenciarlo.
Aquello que se quiere silenciar termina reproduciéndose más de lo esperado.
La censura es en realidad un megáfono.
Algunas personas, hoy como ayer, dicen algo a medias, sin mucha reflexión y cuando se les interroga al respecto se muestran irónicos, a media sonrisa, como si fuera el otro el que no entiende sus sesudos pensamientos o su profundo conocimiento de algún tema.
Esos personajes simulan que lo dicho está claro en su mente, pero no logran explicar lo que dicen o quieren dar a entender, como si se refugiaran en una actitud suficiente o sabionda para enmascarar su propio desconocimiento de las cosas.
En realidad temen dar explicaciones porque los demás se darían cuenta que guardan enredos en su cabeza, no certezas.
En suma, se sienten como oráculos, dando explicaciones a medias, atando frases sin sentido y soltando palabras inconexas esperando que alguna de ellas, más por suerte que por habilidad, pueda dar en el blanco.
En la muerte de Jesús se dan cita algunas tipologías del ser humano, muchas de ellas temibles. Quizás se trata no de tipos, sino de distintas formas de nuestra personalidad, como si todos pudiéramos asumir una y otra representación, lo cual da un poco más de miedo.
Allí están, entre otros, los siguientes:
*El que se vende por monedas y que es capaz de dar un beso, lleno de hipocresía o quizás con parte de verdad, al traicionado.
*Los que duermen sin tomar conciencia de lo importante del momento.
*Los que dudan en los momentos decisivos.
*El hombre airado, de naturaleza buena, que puede empuñar y usar un arma en el momento de ira, para después arrepentirse.
*El funcionario que decide lavarse las manos para no asumir una posición clara frente a la muchedumbre.
*El que infringe dolor, como si fuera su oficio, acatando en realidad una expresión perversa de poder o placer.
*La mujer que quiere hacer algo más pero no puede o no se anima a hacerlo.
*El que oculta sus convicciones o creencias, no una sino varias veces.
*La madre que llora impotente frente al camino elegido por el hijo.
*El terrible que tiene un golpe de suerte y escapa de la justicia.
*El ladrón que intenta robar hasta el perdón en el último momento.
*La muchedumbre estúpida que asiste con gozo a contemplar el suplicio de otros (no sé si se dan cuenta pero lo seguimos poniendo en práctica de una forma o de otra)
*Los que se unen festivos al desprecio del caído.
Pero hay uno que me aterra más que otros: el Caifás, que cree hacer lo correcto desde lo terrible, amparado en una íntima convicción, en una posición de poder, en una terca soberbia. Es algo, por desgracia, en que se puede caer en cualquier momento. Es una posición en que muchos seres dotados cayeron alguna vez, ya no digamos los de la medianía, pues a veces surge la tentación aterradora de «hacer lo que se cree correcto». Dios nos libre.
También hay algo más: la tentación de hacerse pasar por mártir en ciertos momentos, cuando eso también puede ser banalidad y soberbia, pues nuestro Jesús sufrió para que nosotros no debamos sufrir como él.
Dios nos envíe claridad en estos días de reflexión.
Abrazos.