Uno de los problemas de la noche es que a veces no sabe uno qué hacer con ella.
Uno de los problemas de la noche es que a veces no sabe uno qué hacer con ella.
Andaba malhumorado cuando llegué a un viejo auditorio donde se amontonaban algunas sillas en desuso. Se me ocurrió separar una y colocarla en medio del foro. Me pareció una metáfora de la soledad. Luego puse dos, una frente a otra. Era una clara expresión del diálogo. A esas mismas dos las coloqué en oposición, cada una mirando a otro lado y me fue posible imaginar a una pareja distanciada. Luego tomé tres, cuatro, cinco y muchas más para construir figuras con ellas. Dependiendo del acomodo, algunas de las combinaciones resultantes me daban la impresión de un enconado debate, un encuentro amoroso, un desencuentro amargo, una discusión sin sentido, una turbamulta, una aglomeración caótica, en fin. Cada combinación asemejaba una emoción humana, una conducta, una expresión de nuestros encuentros y desencuentros sociales. Nada raro, pues las sillas son una prolongación de nuestra humanidad y fueron hechas para portar al ser humano, para dar cabida a lo que sucede cuando alguien se sienta en ellas. Estaba en eso, abstraído, cuando llegó al lugar un artista plástico muy dado a lo conceptual. Miró mis grotescas combinaciones y me dijo que todo le resultaba inspirador, que yo tenía una gran sensibilidad creativa. Le dije que no estuviera fregando y me fui de allí a jugar con mis piezas mentales a otra parte. Mejor acomodaré piedras donde nadie me vea.
Un día me dio por amar a las nubes, pero son un tanto ingratas: siempre van a la deriva, sin conciencia de su deambular, así que puede uno terminar torcido y ciego de tanto seguirlas por el cielo y ellas ni cuenta se darán. Entonces fijé objetivos más realistas y me propuse amar a las piedras. Fue gratificante. Las piedras siempre están a la mano, se pueden agrupar, clasificar, hacer montículos con ellas y arrojarlas por allí si uno se siente harto ese día. También es posible convertirlas en arma y usarlas para abatir los montículos que construiste el día anterior. Nada mal: las piedras permiten abatir al objeto amado que en realidad son otras piedras. Es como convertir al amor en un arma, lo cual pocos consiguen. También se pueden construir frases como si fueran muros. Por ejemplo: “hacer de piedras corazón”, “mi pétreo amor” o “ese amor descalabrado”. En fin. Pero ya me están comenzando a hartar las piedras con todo y sus bondades. Elegiré otras cosas susceptibles de ser amadas, menos las flores. Las flores me parecen un tanto artificiales (quizás por culpa de los invernaderos) y altaneras (quizás por tanto colorido). Ya veré.