Mi memoria es especial:
Conserva los signos de admiración y olvida los de interrogación.
Retiene las risas apagadas y pierde las carcajadas.
Disfruta lo efímero y se desentiende de lo perdurable.
Resalta las separaciones y borronea los encuentros.
Mi memoria es especial:
Conserva los signos de admiración y olvida los de interrogación.
Retiene las risas apagadas y pierde las carcajadas.
Disfruta lo efímero y se desentiende de lo perdurable.
Resalta las separaciones y borronea los encuentros.
Quedé de verme con alguien que no recuerdo. Olvidé también el lugar convenido. No es que importe mucho: ya no sé ni quién soy. Si alguien me reconoce ayúdeme a recordar si valgo la pena, al menos lo suficiente para ser recordado.
De vez en cuando llega alguien que propone resolver un problema que no existe. Me imagino que es una extraña técnica de abordaje, recomendada por algún gurú de las ventas, pero no resulta muy efectiva.
Veo un documental en el canal 22 sobre Andrés Henestrosa. Alaba a la mujer del Istmo, su belleza, su forma de caminar. Mientras deambula por las calles de Oaxaca chulea a una bailarina ataviada con las galas de su danza y le pide un beso. Ella se acerca y se lo da. No puedo imaginar una imagen más clara del éxito, del gozo de la vida: un beso dado con gusto a un hombre que ya pasaba de los noventa y seguía alabando la belleza de las mujeres de su tierra. Bendito sea. Grata memoria para él. Volveré a leer «Los hombres que dispersó la danza» o algunos de los sabrosos apuntes de su «Alacena de minucias» para rendirle homenaje el día de hoy, nada más por el gusto de recordarlo.