Maté a un hombre y sé que por ello sufrirá mi alma.
Pero hace un año fue amputada mi pierna derecha.
Entonces, ¿será posible que el alma de mi pierna, que no participó en el homicidio, goce en el cielo mientras que el alma restante purgue su castigo en otro lugar?
En los últimos años se multiplicó el odio entre los mexicanos.
Es un odio que se expresa en violencia verbal, una violencia que se vuelve física a la menor oportunidad.
Debemos hacer algo por detener ese oleaje antes que lastime más a nuestra sociedad, de por sí bastante afectada por la inseguridad, las desapariciones, los atentados contra mujeres y las guerras entre grupos delictivos.
No alentemos ese odio. Mejor cerrarle el paso.
Algunos podrán salir ganando con el odio, pero siempre saldrá perdiendo la sociedad.
Por eso, en lugar de difundir motivos de rencor y división hagamos algo por moderar el tono bélico y fomentar nuevas oportunidades para la concordia.
No se trata de que estemos de acuerdo en todo, sino que el desacuerdo no sea aliciente para el odio.
Pensando en eso escribí este pequeño decálogo cuyos postulados esenciales pongo en práctica personal desde hace años.
Eso es fácil de comprobar: nadie podrá encontrar en mis publicaciones algo que implique fomentar la desunión, incitar al odio o promover la rencilla.
Les invito a que lo adoptemos y lo multipliquemos. Ojalá puedan ayudarme a difundirlo.
Quizás sirva de algo.
Abrazos y gracias.
Decálogo contra el odio
1.- Las convicciones personales no pueden usarse para denigrar, menospreciar o lastimar las convicciones de otros.
2.- Las ideas son las importantes, no las ideologías. Las ideas pueden compartirse, discutirse y perfeccionarse. En cambio, las ideologías buscan partidarios y secuaces.
3.- Es válido participar en una discusión o debate, pero con argumentos claros y sin obstinarse en ganar de cualquier forma. El pensamiento debe ser flexible, no impositivo.
4.- Las opiniones agresivas en las cuentas de Twitter, Facebook o lo que sea, resultan injustificables. Hagamos de las redes sociales un vehículo para la información, la reflexión y la convivencia, no para incitar al odio.
5.- Clasificar a las personas es barbarie. Los seres humanos son más complejos que su opinión o actitud circunstancial y no es legítimo encasillarlos.
6.- El rencor o resentimiento personal, así se considere justificado, no es pretexto para buscar culpables y atacar a los demás.
7.- Multiplicar o difundir lo que otros dicen de alguien implica instigar al odio. Es fácil creer lo malo que escuchamos, pero eso nos hace víctimas de la manipulación.
8,- Evitar la provocación de quienes desean involucrarnos en pleitos personales o campañas de difamación. Si alguien quiere expresar rencor que lo haga solo.
9.- Mirar los sucesos políticos con perspectiva y análisis, no con apasionamientos insensatos que nos lleven a odiar al que piensa u opina diferente. Recordemos que las bajas pasiones son la derrota de cualquier posición política.
10.- Todo lo que implica un afán competitivo debe ser analizado como algo circunstancial ―un tanto apasionado y un tanto divertido, si se quiere― pero no como la esencia de la vida.
Con los años aprendí a observar un tipo de personalidad adorable, pero a la vez muy dañina. No la estudio a profundidad todavía, así que este apunte es el resultado de la observación y la valoración instintiva, no de criterios con validez científica. Me animo a compartirlo pues existen perfiles derivados de la experiencia clínica que, si bien no alcanzan un término científico y siguen sin contar con criterios diagnósticos claros, son usuales y aceptados, por ejemplo, el llamado “Síndrome de Peter Pan” (personas con un desfase patológico entre su edad cronológica y su edad emocional).
En este caso propongo llamarlo “Síndrome de los Adorables”, a falta de un nombre mejor. Quise nombrarlo en un principio “Síndrome de la Princesa o el Príncipe de Cuento de Hadas”, pero ya existe algo similar y no encaja en lo que yo quiero compartir. Vayamos pues…
Algunas personas se muestran amorosas y maravillosas, adorables pues. Mujeres y hombres con este síndrome ofrecen una imagen de equilibrio, por lo general presumen de practicar alguna técnica oriental e incluso participaron en cursos relacionados con la psicología, el autoconocimiento o disciplinas similares.
Estas adorables y estos adorables se muestran muy activos en redes sociales, donde comparten temas que parecen extraordinarios: bellos amaneceres, viajes apasionantes, pensamientos positivos, mensajes de paz, reflexiones teológicas, en fin. Parecieran vivir en un equilibrio perfecto, compartiendo mensajes almibarados donde aparece muchas veces la palabra amor.
En efecto, es como si derramaran amor todos los días y con cualquier pretexto, lanzando buenaventuras al universo y regocijándose con los pájaros, gatos y todo tipo de animales. Aquí podemos recordar a esas princesas del cine de hadas, cantándole a los pajarillos y los ratones.
Por desgracia, a veces orientamos nuestros esfuerzos hacia el lado contrario de nuestra psique. Es decir, presumimos lo que no poseemos. Es como si gritáramos “al ladrón, al ladrón”, mirando hacia otro lado, sabiendo que los ladrones somos nosotros.
En este caso, las adorables personas, cuando se relacionan con otras, generan una relación efímera y muy circunstancial que deja por allí muchos corazones rotos. Hablan mucho del amor, pero no saben prodigarlo ni conservarlo.
Son personas que parecen cambiar de pareja a cada momento. Emocionan al incauto o la incauta y le hacen creer que son la pareja soñada, para después, con cualquier pretexto, terminar su relación, brindando explicaciones convencionales o incluso adjudicando la culpa a la otra persona. Un día pueden jurar amor eterno y al siguiente ya tienen serias dudas sobre esa relación.
Al parecer son personas que en realidad quieren pasar bien el momento y nada más. Para ellas o ellos lo ideal son los llamados “amores de verano”, es decir, romances de unos pocos días o incluso semanas, que concluyen con la temporada y les dejan en libertad el resto del año, sea por la ocasión, el momento o la distancia. Es decir, lo ideal es lo efímero, lo que no durará.
Otro rasgo es que no aportan un mínimo de compromiso o fidelidad. Por lo general mantienen muchos romances potenciales en distintos grados de involucramiento, para lo cual utilizan a plenitud las redes sociales, los mensajes de WhatsApp o canales similares. Cuando terminan un romance ya tienen otros en lista de espera para saltar a la aventura.
Por lo general son personas atractivas o muy cuidadosas de su imagen exterior y ya pasaron por dos o tres matrimonios o parejas estables (más muchas más de naturaleza inestable o poco duradera).
A veces tienen hijos y si bien cuidan ofrecer una imagen de buenos padres o buenas madres (la imagen es muy importante para ellos y ellas), en general derivan la responsabilidad de la crianza a la expareja, a los padres o a los exsuegros. Prefieren verse un ratito con los hijos, compartir imágenes de felicidad familiar por redes sociales y luego desentenderse.
No me gustaría estigmatizarlos. No son malas personas y no deben ser señalados. Quizás sólo están buscando llenar algún vacío emocional en sus vidas, pues (como se sabe) muchos trastornos o conductas patológicas tienen un origen similar: un vacío que se quiere llenar de alguna forma.
Sólo es prudente, en caso de toparse con las y los adorable, no caer en sus juegos, pues los efectos emocionales suelen ser muy duros, a juzgar por lo que he observado en muchos años.
Por otra parte, éstas y estos adorables no cambiarán, pues su juego es placentero y por lo general se salen con la suya. Cuando algo es placentero no es motivo para ir a la terapia y en todo caso los que necesitan ir, después de pasar por sus garras, son sus parejas ocasionales.
Un amigo psicólogo me comenta que estos rasgos encajan con algunos trastornos plenamente identificados, como el Histriónico, pero no estoy seguro de eso. Creo que hay características distintas. Ya lo descubriremos.
Aún es prematuro explorar cuáles son las causas de este perfil, pero eso lo iré intentando concretar con más estudios. Tampoco estoy seguro totalmente de que exista: sólo es lo que miro por allí.